CAMINEO.INFO.- Talca/CHILE.- Luego de una tarde lluviosa y fría llegamos a Cumpeo (21 de julio), era una noche oscura y por la tarde había caído agua nieve. A la entrada del pueblo, una treintena de vehículos nos esperaban, entre ellos dos carros bombas y un gran entusiasmo, conformaban el pórtico de entrada. Yo iba algo cansado, desperté de mi letargo. Encabezados por el cura párroco, el padre Enrique Leiva, recorrimos todas las poblaciones del sector. En uno de los carros bomba una voz femenina gritaba fuerte y con entusiasmo “¡Vecino, levántate, la Virgen del Carmen nos viene a visitar, vayan a la parroquia!”. La gente en Cumpeo no tiene templo, se juntan en una sala de madera, la que se hizo pequeña para recibir a la Virgen.
En la Diócesis de Talca la Virgen Misionera ingresó por Huenchullamí (17 de julio), capilla construida en 1585. Esta fue la puerta de entrada a la evangelización en la zona. La Eucaristía se celebró cuando el crepúsculo ya caía; en una galería lateral del templo se dispuso el altar. La Virgen, instalada sobre una mesa al aire libre en un ambiente campesino, resplandecía en la noche. Era alumbrada tenuemente sólo con velas que se dispusieron en su entorno lejano. Ellas, junto a la Palabra de Dios, calentaban nuestro corazón en aquella gélida noche.
Las costumbres campesinas tomaron fuerza en esta zona. En Hualañé (18 de julio) la imagen colocada sobre una “cabrita”, pequeño carreta campesina tirada por caballos, adornada con ramas de palma, guirnaldas y flores encabezó, junto a los huasos montados en sus caballos, la procesión al Santuario de Santa Teresita de Los Andes, de Paula. Al día siguiente, por caminos interiores entre comunidades campesinas, la Virgen llegó a Curepto. En el trayecto, innumerables manifestaciones sencillas de fe y religiosidad arraigada en nuestro pueblo, dieron fiel testimonio de su amor por la Virgen del Carmen, Reina y Patrona de Chile.
En Pirque, un abuelito del Hogar Las Rosas, me comentó: “¡Qué linda es Ella!”, cuando le entregué una estampa exclamó: “¡Se la llevaré a mi padre para que la conozca!”, después de un breve silencio dijo: “Ahora me vengo pegando la cachetá que él falleció hace quince años”, quedó triste. Lo miré y le dije… Seguro que él ha de estar junto a Ella, viéndola en el cielo. Me miró sonriendo.
La Virgen Misionera va peregrinando por nuestro país. Ella se alegra al contemplar momentos de gozo. Ella observa atenta nuestras necesidades. Al igual que en las bodas de Caná, va viendo nuestras tinajas, guardando en su corazón nuestras alegrías y carencias. Ella intercede por nosotros al verlas vacías. ¡Cuántos son los que están viviendo en una situación indigna dentro de las cárceles! Hacinados, ellos padecen un doble castigo. Viven una doble crucifixión. Su ser de imagen, de creatura de Dios no se encuentra presente. Fue lo que sentí al visitar la población penal en la cuidad de Talca (21 de julio). Impactante fue la imagen de una señora, que olvidándose de todo aquello que le rodeaba, se arrodilló en el barro suplicándole a la Virgen por su hijo interno.
“Nos falta vino para celebrar”, recordaba en una plática Monseñor Alejandro Goic K., Obispo de Rancagua. Nos falta el vino de la Misericordia, el vino de la Justicia. Todos nos queremos sentar a una mesa común, donde podamos compartir el pan, el trabajo, el salario justo, el desarrollo económico, las responsabilidades… sin exclusiones queremos tomar todos del mismo vino en nuestro Bicentenario.
El llamado a llenar nuestras tinajas de agua para convertirse en un vino nuevo y exquisito, nace desde los mismos versículos escritos por nuestro puño. El Evangelio de Chile, transcrito con nuestra propia letra, nos interpela frente a los padecimientos de tantos. Desde ahí la Madre de Dios, con sus dulces palabras, nos sigue invitando: “Hagan lo que Él les diga”. (Jn. 2,5)
Desde el altar cubierto por una bandera chilena, Mons. Juan Ignacio González E., Obispo de San Bernardo, reflexionaba comentándonos: En la mesa del sacrificio Eucarístico, no sin sacrificio, construimos nuestra Patria. En Pirque, su párroco, padre Patricio López, en su plática nos decía: “Así como un pedazo de tronco en bruto fue cogido por las manos hábiles de un artesano, dejándose tallar para dar vida a esta preciosa imagen, nosotros deberíamos colocarnos en la manos de la Virgen para dejarnos modelar por ellas. Sus manos criaron a Jesús”.
Tras la devastadora visión que entregan los templos destruidos o dañados, compartí con la Iglesia, Pueblo de Dios, en gimnasios y salones la celebración de la Eucaristía. En la Diócesis de San Bernardo, feligreses junto a su sacerdote han ingresado por primera vez a sus templos desmantelados, desde ese 27 de febrero que interrumpió nuestros sueños. Ahí han orado junto a la Virgen. Ellos anhelan su reconstrucción.
Junto a las hermanas Carmelitas Descalzas en Talca (21 de julio), me di el gusto de sentarme en el suelo junto a ellas, cual abuelo. Les mostraba y comentaba algo del Evangelio de Chile. En el Monasterio Trapense de Quilvo (24 de julio), cuando la Imagen de la Virgen del Carmen se retiraba, las religiosas hicieron un ruedo en torno a Ella. Al aire libre en una fría mañana, algunas palmoteaban al ritmo de la cueca, dos novicias le bailaban. Otras alegres movían sus manos en señal de despedida.
En la retina de mis ojos han quedado grabados muchos de los momentos vividos en estos casi cien días de peregrinar junto a la Madre de Chile. Hago esfuerzos para aprender a contemplarla con la fe y la mirada de mi pueblo. Quiero decirle con confianza y certeza “Quédate con nosotros, la mesa está servida, caliente el pan y envejecido el vino” (cf. Himno Vísperas).