“Es difícil determinar el alcance de la persecución”, dice el profesor Lian. “Pero sabemos que es profunda”.
La presencia cristiana en China
Hacer una estimación de la presencia cristiana en China no es una tarea simple. Según el informe 2020 de la ONG Open Doors, una organización que vela por los cristianos perseguidos en el mundo, en el país viven unos 97 millones de cristianos, entre católicos y protestantes.
Según el sacerdote Gianni Criveller, misionero y sinólogo del Pontificio Instituto para Misiones Extranjeras, en 2018 había alrededor de 70 millones de chinos cristianos (más del 5% de la población), incluidos 12 millones de católicos. De estos últimos, la mitad se reconoce como parte de la Asociación Patriótica Católica China, la “Iglesia oficial” local. Otras estimaciones cifran el número entre 30 y 60 millones de cristianos.
La ley china demanda que el culto se realice únicamente en congregaciones que han recibido la aprobación del Estado para operar —como la Asociación Patriótica—, una práctica que permite a Beijing ejercer un enorme control sobre las actividades religiosas.
Por esta razón en el país abundan iglesias cristianas, en su mayoría protestantes, y otros santuarios clandestinos de diferentes credos, que funcionan a puertas cerradas en las casas de los feligreses, y son por eso conocidas como “iglesias caseras”.
Después de las sangrientas persecuciones de la Revolución Cultural, cuando el gobierno de Mao Zedong prometió erradicar la religión, estas iglesias no reconocidas disfrutaron de una periodo de tolerancia relativa y limitada.
Las etapas de la persecución
La situación cambió tras la llegada al poder de Xi Jinping en 2013. El actual mandatario desató una nueva campaña de represión contra las organizaciones religiosas no reconocidas.
“Fue un deterioro muy rápido”, dice a Infobae Jane, encargada de los asuntos de Asia Oriental en CSW, una organización británica de derechos humanos especializada en la libertad de culto. “Aunque hay diferencias en las distintas regiones del país, algunos observan que se trata de la peor persecución desde la Revolución Cultural”, afirma esta experta, cuyo apellido omitimos por razones de seguridad a pedido de la ONG
El profesor Xi Lian agrega que la persecución “ha aumentado constantemente” a partir de febrero de 2018, cuando entró en vigor una nueva ley sobre las religiones, y se intensificó hacia finales de 2019.
Una fecha clave que muestra cómo el régimen planea fríamente todas sus decisiones, fue el 30 diciembre de 2019. Ese día se anunció la sentencia contra Wang Yi, pastor de Iglesia del Pacto de la Lluvia Temprana de Chengdu (Sichuan), después de un juicio seguido con preocupación por el protestantismo internacional. El pastor Wang, detenido junto a su esposa y más de 100 miembros de su iglesia, fue sentenciado a nueve años de prisión por “incitación a la subversión contra el poder del Estado”, el cargo con el que el régimen acusa a quienes defienden la libertad religiosa.
Ese mismo día el régimen también aprobó nuevas “medidas para los grupos religiosos”, que comenzaron a regir a partir de febrero de este año. La ley obliga a las organizaciones religiosas a hablar en las ceremonias sobre los documentos del Partido Comunista Chino y los trabajos del presidente Xi Jinping. Incluso se prevé la exhibición de estatuas y retratos del líder chino en los templos, algo que según varios especialistas recuerda el culto a la personalidad de Mao.
La pandemia de coronavirus tampoco detuvo la represión estatal. Al contrario, el régimen aprovechó la cuarentena para avanzar sobre las comunidades que continuaron sus actividades en línea. “En algunos casos vimos como fueron a las casas de los feligreses para prohibirles participar en estas actividades”, dice Jane en comunicación desde Londres.
“Ahora que las medidas de aislamiento han sido levantadas, volvemos a registrar un aumento”, agrega esta especialista.
Los motivos del hostigamiento
La campaña contra los grupos cristianos (y religiosos en general) es parte de un contexto más amplio de represión, según coinciden los expertos consultados.
Un primer elemento que preocupa al régimen es que los cristianos, al igual que los uigures musulmanes en Xinjiang, están asociados a minorías étnicas o culturales.
“En China hay 56 grupos étnicos. Los han son el grupo dominante. En las zonas cerca de Tailandia y Myanmar la fe cristiana fue para las minorías una herramienta para reafirmar su identidad, su idioma y su escritura a través de la predicación de la Biblia”, explica Xi Lian.
El segundo elemento tiene que ver con el activismo político de algunas de estas comunidades religiosas, algunas de las cuales mantienen lazos con grupos cristianos en el extranjero.
“El régimen las ve como una herramienta para la infiltración occidental”, dice el profesor Lian.
Al gobierno también le inquieta el reclamo del cristianismo a los derechos y valores universales y su potencial como fuerza de cambio. De hecho, muchos de los pastores detenidos son también abogados y activistas por los derechos humanos, como en el caso de Wang Yi.
“Sus familias son acosadas y algunos desaparecieron”, afirma Jane. “Son muy valientes”.
Pese a que el papa Francisco ha recordado en varias oportunidades a los cristianos perseguidos en el mundo, en septiembre de 2018 la Santa Sede firmó un acuerdo provisional, cuyo contenido es secreto, con el régimen chino para terminar la histórica controversia sobre el derecho a designar obispos y formar una sola Iglesia católica leal a Beijing y a Roma. El Vaticano esperaba que el acuerdo —sumado a gestos como el agradecimiento a China por el envío de barbijos durante la pandemia sin pronunciarse sobre ayudas análogas de Taiwán— frenara los ataques contra cristianos. Sin embargo, los obispos que se niegan a aceptar la autoridad china siguen encarcelados.
Por eso, organizaciones y activistas demandan una respuesta más fuerte de la comunidad internacional. A medida que Beijing aumenta su influencia en el escenario global, el temor es que la cuestión religiosa en China caiga definitivamente en el olvido.
“La atención sobre el tema debe ser seguida por la acción”, concluye Jane. “Los países tienen que unirse y actuar juntos. Estas personas están sufriendo y, si no hacemos nada, seguirán sufriendo”.