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Experimenté tristeza pero no sorpresa al leer en el Huffington Post la noticia de que el vídeo «Querida futura mamá» ha sido vetado en la televisión francesa.
Al ver el vídeo, me sentí conmovido por las maravillosas expresiones de vida y amor de jóvenes con el síndrome de Down, que hablaban de los dones que Dios les había entregado, terminando sus comentarios con abrazos de sus madres.
Se trata de un vídeo imprescindible, que desmiente muchos de los estereotipos anticuados y erróneos acerca de las personas con síndrome de Down, que aún persisten en la imaginación de muchos.
Recientemente, pronuncié mi discurso final como Presidente de la Conferencia Episcopal Católica de Estados Unidos y narré una experiencia a los obispos. En junio del año pasado, participé en un viaje relámpago de cinco días por Ucrania, asolada por la guerra y devastada económicamente. Nos reuniones con líderes eclesiásticos y civiles, con el embajador estadounidenses y con otros muchos.
Pero el hecho que ha quedado grabado en mi mente fue la visita a una familia de refugiados. Estaba formada por una madre con tres hijos, uno de los cuales era un niño que había nacido con síndrome de Down. Pues bien, entré en la pequeña casa y, para mi sorpresa, al agacharme para estrechar la mano del niño con síndrome de Down, de forma instintiva saltó en mis brazos, me regaló una gran sonrisa y dijo, en un lenguaje que mi corazón comprendió: «Te quiero.»
Sé que los padres que se enfrentan a un diagnóstico prenatal de síndrome de Down están asustados y no puedo eliminar el temor y la preocupación. Pero puedo compartir con vosotros mi propia experiencia con mi hermano George, que nació con síndrome de Down.
Con mi hermano Georgie tenía una relación cercana. Cuando nuestra madre murió en 1989, pasé a ser su tutor legal y con 48 años de edad vino a vivir conmigo en la rectoría parroquial de Pennsylvania y después se trasladó conmigo cuando fui nombrado obispo de Knoxville, Tennessee.
Recuerdo bien cómo George contribuyó a la vida de mi parroquia. Era un dinamizador comunitario nato. Aún no habían pasado dos semanas y él ya había asignado un sobrenombre a todos los trabajadores de la rectoría.
En el Antiguo Testamento, Dios dio a Abram un nuevo nombre para proclamarle como suyo, y también Georgie rápidamente nos hizo parte de su familia.
En la rectoría, Georgie contribuía de innumerables formas. Con sus exclamaciones juguetonas, eventuales abrazos o palmaditas en la espalda, Georgie imprimió en la rectoría una naturalidad que se hizo contagiosa. Se convirtió en un valioso colaborador y se le echaba mucho en falta cuando tomaba vacaciones.
Al anochecer, era un amigo. Me aprendí la programación televisiva de la mayoría de las noches después de las 9:30 p.m. Su apacible presencia me obligaba a tomarme un tiempo para detenerme y disfrutar.
Rápidamente me di cuenta de cuánto aportaba a mí y a todos los que lo rodeaban. Me animaba después de un día duro, me acompañó en mi dolor tras la muerte de nuestra madre y me ayudó a mantener la perspectiva de las cosas.
Dar y recibir son actos entrelazados y nunca realizamos sólo uno de ellos de forma exclusiva. En el caso de mi relación con mi hermano, no es una frase hecha afirmar que recibí mucho más de lo que di. El regalo de mi hermano floreció en una abundancia de actos concretos de amor y, por él, soy mejor persona.
No hay duda de los sacrificios que supuso mi relación con Georgie, pero el amor siempre nos llama a actos y elecciones concretas, así como al sacrificio. Mi hermano murió en 2001 y le echo en falta todos los días.
Trágicamente, se estima que en el mundo, cuando se diagnostica el síndrome de Down, hasta un 90% de los embarazos terminan en aborto. Animo a ver este vídeo a todas las familias cuyo hijo no nacido haya recibido este diagnóstico.
Tengo la esperanza de que ayudará a comprender mejor los maravillosos dones y posibilidades de las personas nacidas con síndrome de Down y a defender la vida.
+ Joseph E. Kurtz, arzobispo de Louisville