CAMINEO.INFO.- Evangelizar a través de la música es la nueva forma de predicación que el Camino Neocatecumenal ha emprendido gracias a la composición de una obra sinfónica cuyo autor es Kiko Argüello. La obra, titulada "El sufrimiento de los inocentes", fue estrenada en una convivencia ante cerca de mil catequistas itinerantes del Camino Neocatecumenal. Después ejecutaron uno de los movimientos, de título "Espada", ante Benedicto XVI el 17 enero en el Aula Pablo VI. La Domus Galilaeae, situada en el Monte de las Bienaventuradas, ha sido el escenario de otras dos celebraciones, así como la plaza Cibeles en el encuentro vocacional celebrado al término de la JMJ.
Esta celebración litúrgica está compuesta por una monición ambiental y la proclamación de la lectura de Ezequiel (Ez 21) de la espada que atravesará el alma de la Virgen María, la homilía, preces y el Padrenuestro. Con la convicción de que la música llega allí donde la palabra muchas veces no lo hace, la cantata sinfónica toca el corazón de los alejados de la Iglesia y conmueve profundamente. Son varias las personas que tras escuchar la obra se han acercado de nuevo a la fe, convirtiéndose en un "atrio de los gentiles" a semejanza del que ha puesto en marcha la Santa Sede a través del Pontificio Consejo para la Cultura y el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización.
La sinfonía trata de lanzar una Palabra de parte del Señor por medio del arte de la música. Ha nacido como proyecto primogénito de catequización sinfónica. Así es como Kiko ha concebido esta obra, como una celebración litúrgica en que se hace presente Jesucristo en medio de la asamblea. Una vez más, la belleza salvífica al servicio de la conversión. Su orquestación tiene el pronto de un Kerigma, con cuatro gritos consecutivos, de manera que la armonía está subordinada al anuncio de una noticia urgente, una llamada a conversión, realizada en cuatro tiempos.
Los jóvenes músicos interpretan esta composición en distintos movimientos: Gemido, Lamento, Espada y Perdónales. Kiko Argüello ha compuesto nuevas partes de la obra que corresponden al momento en que Jesús se encuentra en el Monte de los Olivos o Getsemaní y es prendido por los romanos por la traición de Judas. La parte final de la obra refleja la resurrección de Cristo.
En este sentido, la sinfonía es una obra revolucionaria. Supone una metanoia, un auténtico "cambio de mentalidad", respecto de la ideología imperante en la música desde la época moderna. Podemos decir que esta sinfonía catequética revoluciona la revolución moderna del arte musical. Pero, ¿cuál es la naturaleza de esta revolución?
Para responder a esta pregunta primero debemos entender cómo afectó la gran transformación de la modernidad al arte musical. Procederemos a describir este cambio en sus líneas principales para entender el impacto de esta "sinfonía catequética" en el panorama de la actual música religiosa.
Para Hegel la música instrumental, de las grandes orquestas y conciertos, es un arte romántico, propio de una época racionalista y secularizada, que ya no es culturalmente cristiana. La música moderna rompía, por tanto, con el cristianismo. El Siglo de las Luces, la Revolución Francesa y el imperio napoleónico habían derrocado la sociedad de Antiguo Régimen. La sociedad modernista subsiguiente se redefinía en términos no religiosos.
Juan Teófilo Fichte describió esta ruptura con su teoría del "Estado cultural": la música se asocia al poder político no a la sociedad eclesial. Esta teoría reflejaba la sustitución del Reino de la Gracia por el Reino de la Cultura, la cual quedaba sacralizada como nueva religión, con sus templos, sus sacerdotes, sus santos y toda su beatería. La música ya no quedaba al servicio de la evangelización ni daba culto a Dios; se separaba de la catequesis y de la liturgia y adoptaba la forma de una "religiosidad natural" que suplantaba la fe cristiana.
La socialdemocracia alemana de Bismark dio un paso más en esta deriva modernista y usó este "mito de la cultura" como arma política contra la Iglesia católica. Es el movimiento de la Kultur Kampf que enseguida desbordó las fronteras alemanas e inundó el resto de estados del mundo civilizado. La propaganda de la masonería internacional convirtió en tópico universal su tesis de que la cultura, la ciencia y la civilización eran incompatibles con la fe católica o la evangelización. La música, entonces, se convertía en arma arrojadiza contra la Iglesia. La música verdadera era la que se ejecuta en las orquestas nacionales para fortalecer al Estado bajo el mecenazgo de las cortes imperiales. La música religiosa, fuera o no litúrgica, era un residuo bárbaro por fin superado.
En Wagner esta idolatría alcanza su máxima expresión cuando reivindica la "obra de arte total" o formula su noción de "arte redentor". Este compositor convirtió la música en una liturgia inmanentista que rompía con Dios y divinizaba al hombre como héroe ateo. Con Wagner el ateísmo obtiene un ceremonial esplendoroso para expresar un mundo neo-pagano que es enemigo del judeocristianismo. Sus óperas eran diseñadas como memoriales de un mito pagano, cuya épica se encarnaría de nuevo en las asambleas que celebraran, mediante la música, la divinización del pueblo.
La "obra de arte total" se refiere a este tipo de obra que integraba la música, el teatro y las artes visuales; es, por tanto, sinónimo perfecto de "liturgia". Wagner concedía gran importancia a los elementos ambientales, tales como la iluminación, los efectos de sonido o la disposición de los asientos, así como el ritual escénico, para centrar toda la atención del espectador en el escenario, logrando así su completa inmersión en un drama épico que convertía a la masa anónima de ciudadanos en una unidad de culto, capaz de realizar las epopeyas significadas en su "liturgia atea". Incluso la liturgia catedralicia quedaba barrida por la potencia de este ceremonial fáustico. Para Wagner, la música religiosa, judía o cristiana, era un fenómeno devocional, intimista, para "ratas de sacristía" que querían excitar en su interior sentimientos sublimes. Pero esta música litúrgica era incapaz de cambiar la historia o generar un pueblo que interviniese significativamente en el mundo. La nación política era la verdadera Iglesia y el humanismo su valor absoluto.
Wagner afirmó irónicamente: "creo en Dios, en Mozart y en Beethoven". Pero Wagner era ateo, de modo que creía tan poco en Dios como en la música, que es como decir que ya se acabó la música. La música no le interesaba lo más mínimo; sólo le interesaba en la medida en que estuviera al servicio de la política para revolucionar el mundo. Con la República Francesa y el Romanticismo, aparecen las disonancias y el cromatismo y se llega casi a la muerte de la música que ya ven Hegel y Nietzsche. Napoleón le dice a Goethe que la época de la literatura está acabada y viene la época de la política. Lenin asumía este planteamiento cuando decía: "esta es una hora en que no es posible escuchar música, porque la música da deseos de acariciar la cabeza de los niños, mientras que ha llegado la hora de cortársela".
Heine, Schopenauer, Nietzsche gritan que Dios ha muerto y asumen el arte musical como una religión de sustitución: el hombre se torna artista, creador de sí mismo. Las ideologías totalitarias y colectivistas del siglo XX asumen esta misma noción del arte, que ya no es redentor, sino revolucionario y llevan hasta el extremo la muerte de la música. La Internacional, los desfiles masivos del ejército rojo, las paradas militares, la parafernalia nazi, son ejemplos de esta música subordinada al mito del "superhombre", sea éste un individuo o un colectivo.
En el punto terminal de este "mito de la cultura" surge la música pura, intelectualista, deshumanizada, anticipada en el arietta de la sonata para piano nº 32, Opus 111 de Beethoven. Es la música elitista de Gustav Mahler. Pero, sobre todo, la música serial, concreta, el dodecafonismo, la atonalidad, el ruidismo… Thomas Mann en su novela Doktor Faustus la califica de "satánica": la culminación del nihilismo moderno. Es una música que no se oye y que es la auténtica, pero condenada a no ser oída. Equivale a la iconoclastia en la pintura y expresa "la muerte del hombre".
Efectivamente, cuando la música se separa de Dios, o incluso se opone a Dios, es el hombre quien desaparece. Como sostiene Michel Foucault: la muerte de Dios supone la correlativa muerte del hombre y, con ella, la muerte de la propia música. En este punto se abandona definitivamente la búsqueda de Dios a través de una música que llega del alma, a cambio de una composición que profundiza en la autosuficiencia del hombre. El hombre se cierra sobre sus propios límites hasta esfumarse por completo.
Tras la II Guerra Mundial, las ideologías modernas caen y la música se torna comercial, individualista, al servicio del nuevo "dios": el mercado pletórico. Surge el fenómeno de la música popular como mercancía y entretenimiento de la sociedad capitalista. Aunque el origen de este género son los ritmos de la música espiritual negra y el soul, la música popular se separa de su función religiosa. Objeto de consumo y entretenimiento, sirve también para fines más radicales: como medio para expresar la angustia existencial, la nostalgia de trascendencia o el nihilismo del hombre posmoderno. Pero salvo excepciones muy contadas la música académica o mundana no es ya música religiosa propiamente hablando, sino que evoluciona por otros derroteros, asociados a la ideología capitalista que se hace hegemónica tras la caída del muro (1989) y el hundimiento de la URSS (1991).
Actualmente, sin ninguna barrera que obstaculice el proceso secularizador, la melomanía alcanza cotas casi patológicas: "mentalidad emtibí", OT, megaconciertos, Eurovisión, multinacionales discográficas que mueven cifras billonarias, sacralización de grupos, tendencias o estrellas musicales, el poder de instituciones como la SGAE... Se diría que, en esta época posmoderna, vivimos inmersos en una perpetua "banda sonora".
Imbuidos en esta atmósfera cultural se entiende la gran confusión de quienes juzgan iniciativas como la "sinfonía catequética", los cuales suelen denigrar por la misma razón la propuesta de Nueva Estética del Camino Neocatecumenal. Sus críticas manifiestan una oscuridad de ideas considerable y un desconocimiento atroz del mundo en que viven. Resultan, en todo, hijos de su tiempo.
En periódicos y foros arrecian las invectivas contra esta música kerigmática y catequética. Se le reprocha ser deudora de la música popular hebrea. Hay quien detecta ritmos flamencos agitanados, compases solistas de cantautor, indigenismo burdo… En su ingenuidad, achacan estos ritmos al contexto social e histórico donde se suscitó el Camino Neocatecumenal. Se insiste en que es una música rítmica y tímbrica, apenas melódica, sin armonía, con un solfeo naïfe. Si supieran música dirían: se trata de un folk arcaizante, paleomusical, poco melódico, sin armonía ninguna ni acordes. Los que tiene conocimientos técnicos perciben un primitivismo técnico muy torpe, un fraseo musical elemental con ritmos étnicos y tribales, así como una homofonía prehistórica. Quien utiliza estos epítetos de modo insultante demuestra una ignorancia absoluta de las estructuras propias de la música recitativa elemental y sus cierres técnicos, por otro lado bien documentados y estudiados por la etno-musicología o el estructuralismo de la disciplina denominada "Teoría musical".
Algunos cantos del Camino pueden sonar a Atahualpa, a Georges Brassens, a Paco Ibañez, a Paco Curto, a Chicho Sánchez, a Paco Guerrero... Pero a su vez estos cantautores suenan a citaristas, a tañedores de vihuela, a mester de juglaría. Y forzosamente tiene que ser así, porque no cabe hacer música de otra manera en este registro. Todos tienen necesariamente el aire familiar de la música étnica. A este respecto, "guitarra" procede etimológicamente de "cítara", lo cual bastaría para que alguien mínimamente informado calculara lo que queremos decir. Pero es inútil explicar lo obvio a quien nada quiere saber de la verdad.
La vuelta a las fuentes propiciado por el Concilio Vaticano II (bizantinas, judías, siríacas), la comunión con Oriente y la Iglesia pre-constantiniana, permiten recuperar ritmos y melodías cuya función es establecer un pueblo bien formado, fundado en la roca de la tradición viva de la Iglesia y el pueblo judío donde se da una unidad de culto a través de la Liturgia.
La música del Camino Neocatecumenal es ajena a este "mito de la cultura" y la idolatría del arte redentor de la modernidad. También se desmarca del individualismo posmoderno de la muchedumbre solitaria. Su música es principalmente kerigmática pues anuncia prioritariamente la Resurrección de Cristo. De esta Buena Noticia brota una catequesis y una música catequética que convoca y forma un pueblo, no militantes prestos a ser lanzados a la revolución o masas anónimas de consumidores satisfechos.
Su música predica la fe de la Iglesia vivida en medio de un pueblo en marcha presto para la Nueva Evangelización. En consecuencia es una música étnica, comunitaria, popular. Es una música que se compone en el seno de comunidades donde cada miembro conoce al resto y puede llamarlo por su nombre, conoce su historia, sus alegrías y sus penas, y da testimonio ante la comunidad de cómo Dios ha intervenido en su vida y la de sus semejantes.
Hablamos de "pueblo", es decir, de una nación étnica o gens. Ya en 1974 Pablo VI habló de la misma Iglesia como «entidad étnica sui generis». Con esta categoría etnológica se designa una red internacional de familias y vínculos de sangre o amistad (clanes, tribus y aún unidades superiores de asociación), pensados como totalidad atributiva y de la que formarían parte diversos grupos cuya unidad básica no es el individuo sino la comunidad o distintas estirpes de comunidades, distribuidos por diferentes países y que superan al menos tres generaciones.
La célula de todo pueblo es la institución básica de la familia. Una familia es una comunidad natural formada por un padre, una madre y sus hijos biológicos. De hecho, el despliegue natural de esa sociedad primitiva, prístina, que es la familia en el seno de una comunidad de comunidades genera en su punto terminal la institución natural del pueblo. El pueblo es la culminación de toda sociedad natural pre-política si se desarrolla demográficamente lo suficiente y no desaparece antes.
Para la etnología, un pueblo, todo pueblo, implica un número de familias cuyo número alcanza los 100.000 miembros y con visos de prosperar en el futuro dado su vigor y fecundidad como pueblo. La familia o la amistad o el casamiento entre familias posibilitan esta interconexión de grupos tan masivos.
Para este pueblo que es el Camino Neocatecumenal la música expresa la experiencia de un Dios personal que ama con amor de preferencia a cada uno de los hombres, llamándolos al ser desde la nada por su propio nombre. La experiencia de la encarnación de Jesucristo devuelve la música a la escala humana: la música expresa un Dios hecho hombre en medio de una familia, participando de la vida de un pueblo y encarnado a través de sus tradiciones. La música, entonces, no puede ser nihilista ni inhumana ni abstracta, sino reflejo de una historia de salvación donde Dios manifiesta su amor a cada hombre en el seno de una comunidad. No es una música compuesta para la sala de conciertos sino para la asamblea celebrativa.
La música de este pueblo opera en las tres escalas donde la Iglesia se relaciona con el mundo: la dimensión política, la dimensión civil, así como la dimensión escatológica a la que las otras dimensiones se subordinan. En cuanto a la dimensión civil, la Iglesia presupone las sociedades naturales de la vida civil: la familia, los clanes, las fratrías, la realidad de los pueblos y naciones históricas, cuya identidad estudian los etnólogos y los antropólogos culturales de manera científica. En este sentido, este pueblo restaura el tejido comunitario de la Iglesia, su esencia y su existencia, como Iglesia renovada, transfigurada, que manifiesta una nueva estética al mundo.
Este pueblo participa también de los aspectos políticos y meta-políticos de la Iglesia. Respecto a los primeros, la Iglesia universal está implantada en cada nación política con Iglesias locales presididas por los obispos, sucesores de los apóstoles. En fiestas señaladas este pueblo acude a la sede catedralicia con su obispo y resto de hermanos y realidades eclesiales, donde la liturgia se oficia con órgano y canto polifónico o mono-tonal. Canta, en tiempos específicos, el Oficio Divino con la salmodia gregoriana universal. Se inicia en la adoración eucarística progresiva con los cantos adecuados de la tradición secular con especial respeto hacia el latín.
En relación al segundo aspecto, pone todo su ser y su haber y su sentir al servicio del Papa y los obispos. Este pueblo no predica un carisma ni una espiritualidad propia: son los obispos los que han recibido el encargo de la evangelización. Su razón de ser se encuentra en apoyar esta misión de mandato divino: "Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda criatura" (Mc 16,15). Se manifiesta así como "pueblo escatológico", distinto a todas las naciones, surgido del amor a Cristo y éste Crucificado.
Sólo esto impulsa al pueblo a cantar unánime: ¡Resucitó!