Aunque había leído muchas veces el salmo 89, cuando
lo volví a leer el otro día quedé tocado. Afirma este salmo: “Aunque
uno viva setenta años y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga
inútil, porque pasan aprisa y vuelan”. Sentí el vértigo de esta verdad,
sin duda porque ya pasé de los ochenta y lo que me quede por vivir será algo
menos de un soplo.
Rumiando el salmo recordé haber leído,
hace quizás 40 años, la obrita de Séneca “De
la brevedad de la vida”, la encontré entre mis libros y me puse a releerla,
vi que subrayé muchas frases que estaban dormidas en mi memoria. Seguramente no
me impactaron tanto porque la vejez era algo todavía lejano.
Empieza Séneca diciendo que la
mayoría de los mortales piensa que la naturaleza nos hace vivir poco tiempo,
que necesitaríamos más para disfrutarla, lo cual no es cierto. No tenemos poco
tiempo pero lo perdemos mucho, observación que habrían de tener en cuenta todos
los jóvenes y examinar si el tiempo que vivimos lo ganamos o lo perdemos, pues
según Séneca la vida es bastante larga para el que sabe emplearla, teniendo en
cuenta que la parte más pequeña de nuestra vida es la que vivimos y no la que
hemos vivido ni la incierta que nos queda por vivir.
Podemos ser avaros de riquezas o
de placeres pero rara vez somos avaros de nuestro tiempo que estamos dispuestos
a perder por cualquier tontería pues lo
que nos resulta más difícil es permanecer cada cual consigo mismo para revisar
si nuestra vida tiene sentido o es un mero transcurrir inútil.
Nos dice Séneca que tratemos de
recordar las veces que hemos sido constantes en nuestras resoluciones y los
beneficios que hemos sacado de nosotros mismos o si nuestro tiempo, el que
vivimos, ha sido saqueado por locas alegrías, ávida codicia, interminables
chácharas, sin percatarse de que el tiempo, el valioso tiempo que vivimos estamos
gastándolo con prodigalidad y sin provecho.
Nos advierte que para aprender a vivir hace falta toda la vida y
toda la vida también se necesita para aprender a morir. Muchas personas
cuando llega la muerte se desesperan porque no han vivido sino solamente han
durado. La vida se divide en tres épocas: el veloz presente, el incierto futuro
y el pasado que utilizamos bien o mal pero es irrecuperable.
Las ideas del pagano Séneca no
están lejos de las que predicaba Pablo, quizás por el mismo tiempo a los
romanos. Los cristianos debíamos ser las
personas que mejor utilizaran los talentos que Dios puso en nuestras manos,
sobre todo el tiempo, y de los que nos
pedirá cuentas. La parábola de Jesús es clara: lo que hayamos recibido de Dios
hay que hacerlo fructificar.
No sé si habré negociado bien mi
vida aunque, dada mi edad, pronto saldré de dudas. Espero no presentarme ante
el Señor con las manos vacías, pero habré de redoblar mi esfuerzo contando
siempre con la ayuda de Dios y la intercesión de María y todos los santos, pues
el mayor error que podemos cometer es pensar que nuestra vida es nuestra y podemos hacer con ella lo que se nos antoje porque después de
la muerte no hay nada. ¿Es razonable pensar que Dios, que lo ha hecho todo
con sabiduría, nos gaste la broma de enviarnos a la nada?