CAMINEO.INFO.- Toro(Zamora)/ESPAÑA.- En 1217 ya existe la provincia franciscana de España, pero en ella no figura el convento de Toro. En Zamora se instalan en 1246 en la ermita de Santa Caterina, pasando en 1260 a la cercana de Nuestra Señora de los Milagros, donde quedó definitivamente asentado. El de Valladolid se funda en 1260.
El convento toresano, conocido con el nombre de San Francisco el Grande, es de los primeros que se fundan en la villa. Aunque no se tienen noticias de él hasta 1266, su fundación es anterior a esa fecha. De 1270 hay un documento por el que tenemos noticias de la muerte de un hijo del convento, «fray Estevan Cuervo famoso por sus virtudes y milagros». En 1334, en la Custodia de Zamora están incluidos los de Zamora, Toro, Benavente, Mayorga y Villalpando, pertenecientes a la Provincia de Santiago. Su fundación fue de franciscanos conventuales, pasando a la observancia a partir de 1424; pero en 1496 aún no se había efectuado de forma definitiva.
Desde sus comienzos, y a lo largo de su existencia, tuvo numerosos benefactores además de diversos reyes. Podemos citar a Doña Blanca, hermana de doña María de Molina, quien le dona en su testamento 2.000 maravedíes a finales del siglo XIII. Doña Teresa Gil, la infanta portuguesa enterrada en el monasterio de Sancti Spiritus de Toro, también lo nombra en su testamento de 1307.
En la segunda década del siglo XV sufre un incendio, del cual queda totalmente arruinado. La reina doña Beatriz, señora de Toro como ella se titula, escribe a Fernando I, rey de Aragón, solicitando ayuda para su reconstrucción, según vemos en un documento del Archivo de Aragón. Las crónicas franciscanas y algunos autores dan la fecha de 1423, pero a juzgar por esta carta, en la que no consta el año, y teniendo en cuenta que Fernando I fue rey de Aragón entre 1412 y 1416, lo más probable es que ocurriera en 1413, siendo el error al copiarla de algún documento. Sus mayores protectores serían don Juan Rodríguez Portocarrero, mayordomo mayor de la reina Beatriz, y su esposa Beatriz de Barreto, posiblemente también por solicitud de la reina, así como sus sucesores, quienes se encargaron de reedificarlo, sobre todo en 1463 cuando se amplió el templo y el claustro. Tenían el patronato de la capilla mayor, donde eran enterrados. La iglesia era de estilo gótico, pero sencilla.
El toresano don Alonso de Fonseca, obispo de Ávila, Cuenca y Osma, que luchó junto a los Reyes Católicos en la toma de Toro, dispuso en testamento fechado en Toro el 8 de noviembre de 1505 se continuasen las obras del segundo claustro o claustro chico; las columnas de mármol traídas de Italia, con su escudo grabado, hoy se encuentran en algunos patios toresanos.
Un bisnieto de los Portocarrero, don Francisco de Sosa, obispo de Almería, deja en 1520 una considerable cantidad de dinero para la fábrica de una nueva capilla mayor que traza Juan de Álava; es ejecutada hacia 1525. También dejó su nutrida biblioteca, ornamentos, alhajas y tapicería; fue enterrado junto a sus antecesores. En su testamento da permiso al síndico del convento para que las vendiese y con ello se perfeccionase el claustro y la iglesia. En el año 1534 se da permiso para vender unos tapices del señor «Obispo de Almería» por no ser adecuados para el convento; el producto de su venta es aplicado en la obra de la capilla mayor.
Posteriormente tenemos a los Acuñas, descendientes de los Portocarrero. Entre ellos a don Juan de Acuña, capitán general de Carlos I en el Rosellón y mayordomo de Felipe II, y a su hijo de igual nombre, capitán general de la provincia de Guipúzcoa, ambos enterrados en el mismo. Como toresano e hijo del convento podemos citar a fray Antonio de Acuña, nacido en 1570. Haría sus estudios en el convento toresano marchando luego al convento de San Francisco de Muros; en 1602 era el guardián del convento de León cuando en él se hospedaron los reyes Felipe III y Margarita de Austria.
Además de la familia citada, otras personas a las que no debemos olvidar fueron enterradas en él como la «ricahembra» doña Violante Sánchez, quien vivió en Toro y a la que se le habían cedido diversas rentas en la villa de Toro y su término. Era hija de María Alfonso de Meneses, viuda de don Juan García de Ucero; su padre era el por entonces infante don Sancho, más tarde Sancho IV. Doña María de Molina, prima de la madre y más tarde esposa del infante, fue su madrina. Esta señora casó en 1289 con Fernando Rodríguez de Castro. También tenemos a Lorenzo de Ávila, seguidor de Pedro Berruguete y Juan de Borgoña, durante mucho tiempo conocido como el «Maestro Anónimo de Toro». Vino hacia 1529 y vivió la mayor parte de su estancia en Toro en la calle de Corredera; muere en la ciudad en enero de 1570 y es enterrado en el convento. Uno de sus primeros trabajos en la ciudad fue el retablo de su capilla mayor junto a Martín de Carvajal.
En él se celebraron algunos capítulos provinciales. Las crónicas franciscanas dicen que fue casa de noviciado, añadiendo que «este convento uno de los buenos de la provincia, habiendo sido antes casa de filosofía, y ahora de Artes». También dicen que, en el capítulo provincial celebrado en León en 1523 se acordó establecer los estudios de filosofía en el convento de Toro. En 1612, después de los maitines, se desplomó un dormitorio, como consecuencia murieron envueltos entre las ruinas siete estudiantes; el guardián era fray Francisco Sedano. Ese año había en el convento sesenta religiosos, uno de los de mayor número de la provincia de Santiago. En 1752 eran cincuenta y cuatro (Catastro de Ensenada).
Entre los religiosos más notables que pasaron por el cenobio hemos de señalar a fray Francisco de Sosa, de igual nombre que el anterior, guardián del convento entre 1591-1594. Fue ministro general de la orden de 1600 a 1606, nombrado luego obispo de Canarias (1607-1610) y de Osma (1613-1618); en 1617 es designado embajador extraordinario ante Paulo V para la proclamación del dogma de la Inmaculada.
Como consecuencia de la estancia de los franceses en la ciudad, 1809-1813, el convento quedó en un estado lamentable. La ruina debía de ser tan considerable que, en 1817 el guardián solicita le sea concedido el convento de las monjas de la Concepción o el hospital de la Convalecencia donde poder reunir a sus religiosos. El inventario efectuado por el Comisionado del Crédito del Partido de Toro, y don Manuel de Isla, encargado del Sr. Intendente de la provincia como Provisor del Común de esta ciudad, 22/06/1821, dice: «El solar del convento arruinado con sólo una parte de la iglesia en pie». Pero la de 1835, conocida como Desamortización de Mendizábal, acaba con su existencia. El 25 de julio decreta el gobierno esta última y definitiva exclaustración, y, el 20 de agosto de ese año, el Ayuntamiento de Toro ordena se proceda su ejecución en todos los conventos masculinos de la ciudad, siendo derruido poco después.
Fue sede de las principales cofradías penitenciales de la ciudad: la Vera Cruz, Nuestra Señora de la Concepción y Luz (después titulada Nuestra Señora de las Angustias Soledad y Ánimas de la Campanilla), y la del Dulce Nombre de Jesús Nazareno. Además, otras cofradías tenían su residencia en él: de la Cárcel, San Francisco de los Caballeros, Ánimas Generales de los Caballeros Hidalgos y la de Nuestra Señora de las Paces.
Su superficie era la segunda de los conventos toresanos, por detrás del monasterio de San Ildefonso. La fachada principal daba a la plaza de San Francisco; comenzando junto a la Plaza de Toros irrumpía también buena parte de la calle de San Francisco. Hoy esa superficie se encuentra ocupada por el seminario, residencia de mayores, las casas de la citada plaza hasta la esquina con la calle Villachica, que entonces no existía, y las construcciones de ambos lados de ésta última. Al ser desamortizado fue comprado por un miembro de la burguesía madrileña, don Manuel Villachica, quien ya había adquirido otros bienes en el Trienio Liberal. En el solar se edificó el impresionante edificio de la Fundación Villachica, que a partir del 12 de marzo de 1937 sería convertido en Hospital de Sangre «Generalísimo Franco», abierto hasta poco después de la Guerra Civil; en 1952 es destinado como Seminario Menor «San Luis y San Victorino» del obispado de Zamora. Además, edificaron las viviendas antes indicadas para ser alquiladas. Doña Victoriana Villachica, descendiente del anterior, lo donó junto a la conocida dehesa de Villachica o de San Andrés, al obispado de Zamora.