El Cardenal Arzobispo de Madrid, Antonio Mª Rouco Varela, participó ayer en la inauguración del V Encuentro Internacional de Discapacidad, organizado por la asociación Mediterráneo sin hándicap y celebrado en la Universidad CEU San Pablo de Madrid. Comenzó su intervención recordando la Jornada Mundial de la Juventud del pasado mes de agosto en Madrid, a la que asistieron miles de jóvenes discapacitados de todo el mundo.
Precisamente, se dedicó un capítulo especial de personas, recursos humanos y técnicos para ayudar a participar en la JMJ a discapacitados de todo el mundo, también en los días de preparación, catequesis, actividades culturales y en las horas de oración así como en la Vigilia de Cuatro Vientos y en la Santa Misa del domingo. “Los voluntarios que les atendían, algunos también con discapacidades pero no imposibilitados para formar parte del equipo de voluntarios”, señaló. Para el Cardenal, “el gozo por ese capítulo que se abrió es un poco novedosa en la historia reciente de las JMJ. Nos ha indicado un camino para valorar mejor la situación de las personas con discapacidad, y para valorar mejor, también, desde el punto de vista de la fe y de la fe cristiana lo que significan y llamar la atención sobre algunos peligros graves que se ciernen sobre las personas con discapacidad, mejor dicho, con las que pueden nacer con discapacidad y que no llegan a nacer”.
“El valor de la persona discapacitada en el marco de la antropología es evidente”, añadió. Y es que “es verdad que la historia intelectual de Europa del siglo XX se valoró a la persona con criterios cuantitativos, materialistas o empíricos descuidando el sitio fundamental donde reside el valor de la persona, que es su condición trascendente, un ser que es espíritu, tiene vocación de eternidad, nace para la eternidad no sólo para el tiempo y, consiguientemente, supone para el ser humano un fundamento primero y básico de igualdad”.
El Cardenal también recordó un artículo de Romano Guardini a finales de los años 40, cuando se iniciaba la discusión sobre la posible evolución del derecho a la vida, donde hacía una “reflexión antropológica sobre la persona”, en la que señala que “la persona no se mide por si es alta o si es baja, si es buena o mala, si es vieja o joven si es de color o si está en el vientre de su madre o no está en el vientre de su madre, por si es un fenómeno intelectual o por si tiene alguna discapacidad”. Sin embargo, afirmó que “eso no define a la persona ni al derecho a vida ni a la salud, ni a la atención de la persona, sino su ser mismo de persona”.
En este sentido, habló desde el punto de vista de la antropología cristiana y dijo que “podríamos decir que tienen, incluso, un plus de valor para los demás. Es muy difícil decirlo, pero es un plus de valor para ella misma”.
Retomando la JMJ, hizo alusión a la alocución del Papa después del Via Crucis de Recoletos y sus palabras en el encuentro que mantuvo con jóvenes discapacitados en el Instituto San José y señaló que se trata de dos textos para “recomendar” y que tratan el tema de la discapacidad, que se va a abordar en este congreso. A su juicio, “hay que alertar de un peligro previo, aquí hablamos de personas discapacitadas que han nacido pero les cuesta mucho nacer ahora a los discapacitados con todas las técnicas de diagnósticos prenatales están convirtiéndose en un factor verdaderamente más que preocupante”. Así, relató cómo cuando uno pregunta en ciertas casas de acogida en Madrid, como los niños con síndrome de Down, han disminuido enormemente. “¿Sólo porque la medicina ha progresado mucho? No, respondió, porque no les dejan nacer”.
Para el Cardenal, “hay que colocarse, también cuando hablamos con hermanos de otras religiones del problema en ese punto de partida básico: ¿un discapacitado tiene la dignidad humana en la totalidad de su ser? ¿Tiene tanto derecho a vivir, a trabajar como cualquier otro ser humano? Esa es la cuestión. No que creo que sea una cuestión que interpela y ocupa a la conciencia de un ciudadano que se considera cristiano, de una sociedad más o menos influida por la antropología cristiana, sino a cualquier persona de cualquier religión y cualquier credo”.
Prosiguió afirmando que “de algún modo, una de las grandes tragedias del siglo XX –que fueron muchas y gravísimas- era desconocer que cada ser humano tiene una dignidad personal intransferible y que no se mide por sus cualidades físicas o psíquicas sino por sí misma”. “Si eso no se consigue, no se avanza mucho ni el tratamiento de los discapacitados –que los tenemos entre nosotros, gracias a Dios- ni en relación de unos pueblos con otros ni en la formación de una gran comunidad mundial de hermanos, una gran familia humana”.
Concluyó señalando que “todos esos objetivos dependen de ese reconocimiento primero y básico” y destacó que en este congreso “ese punto de partida no sólo no va a ser discutido ni cuestionado” sino que “va a ser cultivado y va a ser un foco de luz para acceder a los problemas concretos que he visto reflejados en el programa”.
En el acto de inauguración también intervinieron el presidente de la Fundación San Pablo CEU, Carlos Romero Caramelo, la presidenta de la Asociación Mediterráneo sensa hándicap, Michela Carrozzino, y la esposa del embajador de Italia en España, Anna Visconti di Modrone.
En su intervención, la presidenta de la Asociación Mediterránea sin hándicap, agradeció la acogida que ha recibido el Congreso y aprovechó para dar a conocer la finalidad de la asociación y la labor que realizan en países como Iraq, Yemen, Mauritnaia, Senegal, Camerún… “Son países que no pertenecen al Mediterráneo pero sí al Mare Nostrum abierto, que recoge a los países y favorece el encuentro y el intercambio entre culturas y religiones”. Por tanto, “vale la pena profundizar en un lenguaje único compartido para explicar la discapacidad” y destacó que la persona ha de “dejarse guiar por la fe y la ciencia, para poder hacer un enfoque profesional unido al enfoque antropológico y humano”. “La medicina ha dado pasos agigantados, la ciencia ha avanzado muchísimos pero nunca creer que su tarea se ha agotado”. Así, abogó por “cambiar si es necesario nuestros conocimientos” y lanzar una “nueva mirada, humanizar la medicina eliminando las barreras arquitectónica y conseguir la integración global y total de las personas”.
También, habló de “poder descubrir el poder terapéutico del amor” y, junto al Papa Benedicto XVI, “recuperar la capacidad de llevar juntos el dolor”. Finalmente, aseguró que “este congreso puede darnos estas llaves de lectura para conseguir calidad de vida sino una vida de calidad”.