Despedimos Silleda bajo la tenue luz del alba y nos sumergimos entre
las ramas de árboles para seguir el Camino. El objetivo, hacer el
recorrido a Santiago de Compostela en dos etapas apacibles, conocer sus
recovecos, a sus peregrinos y sus motivos. Un paseo instructivo que no
puede ser denominado peregrinación. Una aventura que tengo el gusto de
disfrutar con mi padre.
Desde el municipio dezano partimos con el
único peso de dos mochilas pequeñas, nada comparable a lo que otros
cargan, y sin una hoja de ruta clara. Seguimos los hitos de piedra y sus
flechas amarillas. No llevábamos un plan. Solo caminar, preguntar,
conocer y cuando estuviéramos suficientemente cansados, volver en
transporte hasta el lugar de partida. El camino fresco en la mañana es
una verdadera gozada y más para un joven que a estas horas no suele
estar despierto, es casi una revelación. Entre sus idas y venidas,
pasamos por encima y debajo de la carretera.
Parada en A Bandeira
Nuestra
primera llegada, tras más de una hora de caminata fue A Bandeira, hasta
el momento ni un solo caminante a la vista ni en el horizonte ni en la
retaguardia. Los locales estaban amaneciendo, y a pleno funcionamiento
tan solo están las cafeterías, y ni siquiera todas. Hicimos una parada
momentánea de rigor y seguimos la marcha. Las calles estaban aún vacías y
volvimos nuestros pasos sobre el asfalto poco o nada transitado.
Pasan
los kilómetros andando sin encontrar nada más que una bruma intensa que
cubre las viñas de las fincas particulares, acompañándonos hasta San
Martín de Dornelas, donde un grupo de gente descansa en la cumbre de una
cuesta. Las mochilas tiradas por el suelo y los muchachos sentados en
jardineras de piedra, nos reciben de brazos abiertos. Son un grupo de
amigos, jóvenes sevillanos, que pertenecen al Camino Neocatecumenal y
por supuesto, han venido por motivos de fe. En su itinerario, partieron
en tren desde la capital del Guadalquivir hasta Ourense y están
recorriendo su cuarta etapa que finalizará en Ponteulla. El grupo
formado por cuatro chicas y seis chicos están emocionados de realizar al
fin este viaje espiritual.
«Bañada en lágrimas», así llegó ayer una de las
chicas al albergue por el dolor y el esfuerzo. «Superarse. Llegar hasta
cuando no puedes más», nos dicen que eso es lo que les mueve día a día,
etapa a etapa. Al día siguiente llegarían a la catedral. En la iglesia
de San Martiño, preguntan por el sello, pero no hay suerte. Les dejamos
visitando el cementerio y la edificación de piedra. Nosotros seguimos,
aunque aún podremos oírles más adelante cantando en la distancia.
Ponte Ulla, fin de etapa
Esta
primera jornada decidimos sobre la marcha que terminaría, al igual que
harían los sevillanos, en el pueblo del río Ulla. Tras un largo
descenso, donde el cansancio hace mella y las rodillas empiezan a
flaquear, llegamos al puente. Nos alcanzan dos hombres que llevan siete
días en bicicleta. Son Brígido Quintana y Jesús Gutiérrez, que llevaban
años intentando realizar el Camino y finalmente, este verano se
dispusieron a hacerlo desde Mérida, con una media de cien kilómetros al
día. Su forma de realizar este viaje es diferente. A final de cada
etapa, sus mujeres les esperan con una caravana. Un modo moderno de
realizarlo.
«El camino andando es más puro. Esto
es distinto», aseguraba Brígido Quintana sin bajarse de su vehículo,
mostrando un cansancio razonable tras una semana de pedaleo. Su motivo
difiere del de los jóvenes. Aunque también tiene intenciones católicas,
la máxima es un desafío deportivo. «Es un reto personal, físico y
mental», explicaba Jesús Gutiérrez. Tras sellar la compostelana en la
oficina de turismo, se pierden entre las calles.
A
nosotros solo nos quedaba llegar a la plaza del pueblo que nos
sorprendió con un recibimiento inesperado. Sobre el escenario la Banda
de Música de Santa Cruz de Ribadulla comenzaba su actuación. Un gran
cierre para una bonita jornada, la primera de dos hasta Santiago.
Olvidarse de las agujetas para afrontar el segundo día entre subidas y bajadas
El
inicio del segundo día se hace algo más pesado, pero rápidamente
olvidamos las agujetas y sin darnos cuenta comenzamos a descender el
Pico Sacro hacia Lestedo entre fincas y casas de revista. El paso se
desarrolla con normalidad aunque las distancias empiezan a pesar y eso
que solo llevamos un día. Falta de costumbre con las caminatas. Son
paisajes y parajes sin una simple cafetería abierta. Un desierto verde
hasta que bajas A Susana, donde no puedes perdonar un tentempié para
continuar e incorporarte con fuerzas renovadas.
Después del parón vuelves a la arena,
como los diestros tras la cogida del astado. Quedaban poco más de diez
kilómetros, pero parecía que no avanzas. Sigues subiendo y bajando
cuestas, tomando curvas a izquierdas y derechas, pero no aparece la
ciudad. Esperamos una vista de la catedral desde la parte alta que no
llega. A lo lejos vemos dos hombres provistos con bastones y macutos que
nos guiarán el camino, pero a los que nunca alcanzaremos. Los dos
únicos que veremos hoy. Los hitos se suceden y por fin aparece el
primero que marca la distancia hasta el destino 7.998 metros. Alienta ir
poco a poco viendo las distancias reducidas, comienza a correr el
tiempo y la alegría. Hasta el paso por la curva de Angrois, entrando en
la ciudad, donde pañuelos y mensajes recuerdan a sus seres queridos.
Abrazos y lloros
Finalmente,
apareció la catedral, pero aún quedan por subir unas empinadas y
alargadas subidas en las que se sufre más que en el resto de la jornada.
En la llegada a la Praza do Obradoiro, con la fachada del edificio
recién limpiado, las emociones se suceden. Los grupos de gente van
llegando. Se abrazaban y lloraban. Mayores y pequeños. Allí en medio
estaban nuestros compañeros sevillanos, fotografiando el momento que
guardarán para siempre. Ana Abollado, Carmen Delgado, Andrés Encina,
Abraham Marqués, Elías Marqués, Israel Marqués, Jesús Parejo, Gloria
Pérez, Inés Rodríguez y Pablo Solís son sus nombres. La felicidad en un
grupo que harían noche en un albergue situado a media hora y al día
siguiente volverían a su tierra.
Entrada obligatoria para abrazar al Apóstol y guardar,
yo también, el momento y la compañía. Solo me queda decir, para todos
aquellos que hayan leído o se dispongan a hacer esta aventura: ¡Buena
lectura y Buen Camino!.