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IV DOMINGO DE CUARESMA

Sun, 31 Mar 2019 10:32:00
 

Hemos escuchado la parábola del hijo pródigo, pero, el protagonista principal no es el hijo pródigo, sino el Padre misericordioso. Y hoy querría centrarme en la figura del Padre.

 

De todas las parábolas que Jesús explicó a lo largo de su vida, seguramente la que mejor explica cómo es Dios, es la parábola que hoy hemos leído. Ninguna parábola nos habla mejor de cómo es Dios.

 

Si una persona que no supiera nada del cristianismo, y hoy en día hay muchas, quisiera saber cómo es el Dios de los cristianos, le tendríamos que leer esta parábola y acabar diciendo: “este Padre misericordioso es nuestro Dios”.

 

El abrazo que hoy contemplamos es para mí una de las imágenes más bonitas del Nuevo Testamento: “lo vio y se conmovió; y, echando a correr se le echó al cuello y se puso a besarlo”.

 

1.   El padre salía cada día a esperarlo, y miraba al horizonte, por esto lo ve de lejos. Y al verlo se conmueve. A pesar el grave desprecio de pedir la herencia en vida al padre, el padre ya le había perdonado en su corazón.

 

2. ¡¡Corre hacia él!!

3. Es el Padre quien se le tira al cuello.

4.  Y lo besó.

5.  No deja ni que acabe su disculpa.

6.  Y hace que le restituyan la condición de hijo.

 

Y todo esto, siendo el arrepentimiento del hijo muy imperfecto:  vuelve porque tiene hambre, pero, es perfectamente amado y abrazado.

 

Es impresionante este abrazo del Padre. Un abrazo que acoge, que perdona, que restaura, que rehace lo que el pecado había destruido. Un abrazo que acaba en fiesta. Y el hijo que nunca se había sentido hijo, en aquel abrazo se sintió hijo amado del padre. Cuando descubre la grandeza del amor del Padre, se descubre a sí mismo como hijo. ¡¡Qué bonito!!

 

Lección para nosotros: cuando experimentamos el amor del Padre, entonces, me descubro hijo.

 

El sacramento de la reconciliación podríamos decir que es el espacio donde se actualiza este abrazo. Cada vez que nos confesamos, recibimos el abrazo incondicional del Padre. Un abrazo que acoge, que perdona, que restaura, que rehace lo que el pecado había destruido. Un abrazo que acaba en fiesta. A veces, vamos a confesarnos muy pendientes de nuestros pecados y poco pendientes de este abrazo.

 

Hemos de contemplar mucho este abrazo, nunca lo haremos bastante: es el resumen perfecto de la espiritualidad cristiana: es el abrazo donde nos encontramos con Dios: es el abrazo donde nos descubrimos como hijos amados.

 

Esta parábola en aquel tiempo rompía muchos esquemas mentales. Tenían la imagen de un Dios castigador de pecadores, de un Dios que se enfadaba con los hombres. La parábola de Jesús es totalmente contracultural.

 

Ahora brevemente, me aproximaré a la parábola siguiendo el esquema de los cuatro niveles, como domingo pasado, pero, sólo centrándome en la figura del Padre:

 

Nivel 1: La idea que Jesús quiere comunicar. Muy clara. ¡Tenemos un Padre que nos ama y nos perdona siempre!

 

Nivel 2: Cómo vive Jesús esta idea. Una de las grandes revelaciones que nos hace Jesús es que Dios es un Padre que nos ama, que sólo sabe amar. Toda su vida es una revelación constante de esta realidad...

 

Nivel 3: Entramos en el corazón de Jesús. Porque es de su corazón que ha surgido esta parábola. Y en el corazón de Jesús encontramos, por un lado, una  profundísima experiencia de sentirse amado por el Padre. Y, por otro lado, ha descubierto que el amor del Padre llega a todos, sean buenos, sean malos, “hace salir el sol sobre justos e injustos”.

 

Nivel 4: Esto que hay en el corazón de Jesús lo dirigimos a nosotros. Y descubrimos una cosa bastante sorprendente: Jesús nos invita a hacer esta experiencia del Padre que nos ama. Esta experiencia de sentirse amado por el Padre, Jesús quiere que sea reproducida en nosotros. Quiere que gocemos, como él hizo, del amor del Padre.

 

Cuando Jesús dice “nadie viene al Padre sino por mí” (Jn 14,5) nos está haciendo esta invitación, a entrar en su corazón y reproducir en nosotros su relación con el Padre.

 

Porque la vida cristiana es esto: unidos a Jesucristo, viviendo en Cristo, nos dirigimos al Padre.

 

Hagamos ahora un momento de silencio y pidamos a Jesús que la palabra “Padre” nos evoque lo que a él le evocaba...

 

 

 









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