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Domingo XXXII T.O.: "Dios mismo nos resucitará para una vida eterna"

Sun, 10 Nov 2013 09:02:00
 

CAMINEO.INFO.-

Mac 7, 1-2.9-14
Salmo 16
2Tes 2, 15-3,5
Lc 20, 27-38



El materialismo marxista dice que como que el hombre no soporta su finitud, el límite, se inventa la religión para tranquilizarse y evadirse de un compromiso mientras está en la tierra.

El materialismo liberal dice que no hay nada después de la muerte, por tanto, se ha de disfrutar el máximo aquí en la tierra, se han de buscar placeres porqué en ellos encontraremos la “felicidad” (hedonismo).

Nosotros creemos en la resurrección, en la vida eterna, y lo creemos por Jesucristo. Porqué Él habló reiteradamente de la vida eterna, hoy tenemos un ejemplo, y porqué Él resucitó, de lo cual hay numerosos signos de razonabilidad, como acostumbro a exponer en el primer domingo de Pascua.

¡Todo lo que nosotros creemos, parte de Jesucristo! Es más, cuando nos vengan dudas de fe, sugiero mirar a Jesucristo. Tengo dudas, muy bien, miro a Jesucristo a ver qué me dice: “ama siempre y a todos, perdona siempre, date a los demás, sé servidor, no te centres en ti mismo,...” ¿hay vida en todo esto? ¿hay felicidad en todo esto? Sí. La razón nos dice que sí, que hay vida y felicidad en estos comportamientos. Pues, Jesús es el camino para poder vivir estos comportamientos.

La persona de Jesucristo da mucha razonabilidad, consistencia, a nuestra fe. Seguramente, descubriremos que las dudas de fe, son en algunos casos, debidas a una relación deficiente con su persona.

Jesús hoy nos habla muy claramente de la resurrección: “… dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos… ya no pueden morir. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza... No es Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos están vivos”.

Por tanto, Jesús nos aporta un doble sentido, por un lado: aporta sentido a nuestras vidas con el mandamiento del amor y, por otro lado, aporta sentido a nuestros anhelos de eternidad con la resurrección.

Imaginar lo que sería una vida sin resurrección también nos ayuda a entenderla mejor. Imaginad que todas las tareas hechas durante la vida, tener hijos, educarlos, construir historia, apostar por el amor, imaginad que todo esto acaba en nada. No hay nada al final del camino. El vacío lo acabará devorando todo. ¡Qué triste! ¡Qué desmotivador! ¡Qué desesperanzador!

La imagen habitual con la que se dibuja la virtud teologal de la esperanza es una ancla. De qué nos habla esta ancla, qué nos dice: estamos “anclados” en la vida eterna y hacia allá vamos. Por tanto, aunque vivamos momentos de tormenta, de dificultades, de duda, nuestros pasos, la nave de nuestra vida, se dirige hacia la vida eterna, porqué allá estamos “anclados”, gracias a la virtud de la esperanza. ¡Pedirla!

Este estar “anclados” en la vida eterna viene de San Pablo: “…Dar alcance a la propuesta esperanza. La cual tenemos como segura y firme ancla de nuestra alma, y que penetra hasta el interior del velo, adonde entró por nosotros como precursor Jesús…”. (He 6,18-20).

Es esta esperanza en la vida eterna la que hacía, que en la primera lectura, siete hermanos y su madre, afrontasen la tortura y la muerte con serenidad de espíritu, confiadísimos de la vida eterna después de la muerte.

Vale la pena también destacar la respuesta al salmo: “Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor”. Este “despertar” se refiere a nuestra resurrección, donde nos saciaremos de la presencia de Dios. Hemos de vivir con deseo de cielo, con esperanza de cielo, lo contemplaremos hasta saciarnos. Aquí en la tierra nunca nos sentimos llenos del todo, en el cielo quedaremos saciados en nuestros anhelos más profundos.

De la eucaristía habréis oído decir que es “prenda de vida eterna”. Esto significa que en la eucaristía entramos en comunión con la divinidad de Jesucristo, que es un anticipo de esa comunión total que anhelamos vivir con la Santísima Trinidad en el día de nuestro descanso final.







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