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Domingo XXVII Tiempo Ordinario B: “Poner plazos al amor es no conocer a un Dios que ama sin límites”

Sat, 06 Oct 2012 23:31:00
 

CAMINEO.INFO.- 

Gn 2,18-24:

"Y serán los dos una sola carne"
Sal 127,1-6: "Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida"
Hb 2,9-11: "El santificador y los santificados proceden todos del mismo"
Mc 10,2-16: "Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre"

Antes de entrar en el tema de este evangelio vale la pena destacar un hecho que a nosotros nos puede pasar bastante desapercibido pero que a los discípulos de Jesús les extrañó mucho, por esto una vez en casa le vuelven a preguntar por la cuestión. El hecho es que Jesús con su respuesta se pone por encima de Moisés. Moisés decía una cosa, Jesús lo corrige. Cosa que debía extrañar mucho a sus oyentes: Jesús es un maestro que va de pueblo en pueblo enseñando y Moisés es el gran líder que libera el Pueblo de Israel de Egipto y después lo conduce durante cuarenta años por el desierto.

Jesús se pone por encima de Moisés y lo hace utilizando la expresión "al principio", que nos remite a la intención original del Creador.

Este ponerse por encima de Moisés y esta expresión "al principio", lo podríamos considerar como dos pequeños signos de la razonabilidad de la divinidad de Jesús.

Me gusta destacarlos para hacer ver que la fe en la divinidad de Jesús tiene un fundamento de razón, que pedirá el salto de la fe, pero hay un fundamento de razón, un fundamento bíblico.
Hecha esta introducción retomemos el tema del evangelio y de la primera lectura. Dice Jesús: "Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre". Es el tema de la indisolubilidad del Matrimonio. No está muy de moda.

Hace unos meses estuve en una conferencia de la persona que lleva el SADOF (Servicio de Acogida Matrimonial y de Orientación Familiar) del arzobispado de Barcelona. Decía que en los conflictos de pareja, lo que más ayudaba a que el matrimonio tirar adelante y superara dificultades, era que creyeran en la indisolubilidad del matrimonio. Decía que éste era el motor que ayudaba a buscar y buscar soluciones.

La indisolubilidad del matrimonio no se ha de ver como una exigencia que nos viene del exterior, una norma, sino como una exigencia propia de la naturaleza humana y de la naturaleza del amor. La indisolubilidad no es un invento de la Iglesia.

Aunque hoy en día estemos rodeados de tanto fracaso matrimonial, nosotros creemos y afirmamos que la persona humana es capaz de amar en serio, verdaderamente, de comprometerse de por vida. ¡Lo vemos en Jesucristo! ¡Y que esto es un bien!, no una losa que agobia a los matrimonios.

En la Universidad Autónoma, cuando estaba en el SAFOR, iba al bar y allí tenia conversaciones con jóvenes no creyentes, y descubrí una cosa que me sorprendió: jóvenes que no tenían ningún deseo de casarse, ni de formar una familia. ¿De dónde nace esto? De la cultura del yo, del individualismo, de buscarse uno mismo, de la idea de que lo que nos hace felices es el placer, de no descubrir la riqueza del otro, etc. Hoy en día cada vez hay más psicólogos que siguen la idea (el mantra): "Haz lo que sientas y no te sientas culpable". ¡Tremendo!.

Con todo esto en la mochila las personas no pueden amar verdaderamente y se acaban rompiendo. Actualmente el motivo más grande de bajas laborales son enfermedades psicológicas. Las pastillas más vendidas son los tranquilizantes y los antidepresivos. Con ciertas ideas en el "coco" la gente se acaba rompiendo.

Con los grupos de adolescentes hago una dinámica donde les pregunto: "si pudierais hacer una pregunta a Dios, sólo una, ¿qué pregunta le haríais?". Bastantes veces ha salido la pregunta que yo espero: "¿Qué hago yo en este mundo?" (es una pregunta muy de adolescente).

Y yo les digo: "Esta pregunta no hace falta que te la conteste Dios, ya te la puedo contestar yo mismo: "La finalidad de tu vida es aprender a amar". Amar es un aprendizaje. Vale la pena que aprendamos mucho porqué nuestra felicidad será proporcional a nuestra capacidad de amar.

Jesús al hablar del "matrimonio para siempre" va en esta línea: situar el matrimonio en el nivel del amor verdadero, de donación, de entrega, sin caducidades.

Lo que pasa en muchas parejas que se rompen es que se casan con la idea de que hay que "conservar" el amor, y esto equivale a matarlo. En la matrimonio los dos se han de obsesionar para que el amor crezca, se han de obsesionar para hacer feliz al otro, pero cada día, no sólo los sábados. De manera que el otro llegue a ser para ti lo más importante: más importante que los caprichos, que las aficiones, que el trabajo, más importante –si se pudiera hacer esta contraposición- que los propios hijos. ¡¡Esto es aprender a amar!! Se aprende a amar amando. Y será un amar lleno de pequeños detalles: un abrazo, un piropo, una sonrisa, una peli... no de gestos espectaculares. Este dinamismo nos llevará a preguntarnos: "¿qué acto puedo hacer hoy para amarla?

Así aprendemos a disfrutar de la vida conyugal.

Si no nos movemos, la musculatura se atrofia. De la misma manera, si no nos ejercitamos en amar acabamos que no amamos. Muchas veces en el matrimonio están allí, uno al lado del otro, ¡¡pero no se aman!!

El amor humano necesita que sea custodiado por un amor más grande: el amor de Dios. Pidamos al Señor que nos comunique el Espíritu santo que es el Espíritu que nos permite amar como Él amó.







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