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Portada:: Habla el Obispo:: Cardenal Carlos Osoro Sierra:: Es necesario hablar de fidelidad

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Es necesario hablar de fidelidad

Sat, 19 Jun 2010 07:30:00
 
Monseñor Carlos Osoro Sierra

CAMINEO.INFO - Hace ya tiempo que deseaba introducir alguna breve reflexión sobre la fidelidad. Nos hallamos en tiempos donde es necesario hablar –y escuchar– sobre ella y muy especialmente de la fidelidad de Dios al hombre, que es el modo mejor de entender y llegar a las demás relaciones que precisan esta virtud. Comenzaré por afirmar que la fidelidad es una actitud religiosa central en el cristianismo. ¿Por qué? Es muy sencillo de explicar, ya que la fe emerge de la confidencia de Dios y hace surgir la confianza en el ser humano. ¡Qué hondura adquiere nuestra vida, cuando vemos cómo Dios se abre al hombre y le hace sentir su palabra y su presencia invitándole a una comunión que quiere vivir con él! ¡Y qué dimensiones adquiere la vida del ser humano, cuando éste, sintiéndose afectado en su ser mismo por esta llamada, le hace eco y decide responder a esa oferta de comunión y se mantiene en ella! Es aquí cuando asistimos a la historia más bella, la de la fidelidad.

Hay quien se pregunta si en nuestro mundo actual es posible la fidelidad. ¿Cómo, por qué, a qué y a quién esa fidelidad? Estas cuestiones merecen ser escuchadas, pues los cristianos debemos poder ofrecer al mundo nuestras respuestas desde el núcleo de la fe y la revelación biblica. Hay un presupuesto de la fidelidad que es el encuentro personal del hombre con una realidad que le desborda, con una presencia que le afecta en lo más nuclear de sí mismo y ante la cual no puede quedar indiferente. Esa realidad es Dios mismo. El domingo pasado escuchábamos en el Evangelio cómo el Señor entró en casa del fariseo e hizo sentir la fidelidad de Dios que ama y que tiene entrañas de misericordia. Y se lo hizo sentir no solamente al fariseo, sino también a la mujer pecadora que entró en casa de aquél. ¡Qué reacciones más extraordinarias y espontáneas cuando somos tocados por el fuego de la eternidad! ¡Qué belleza presenta la vida humana cuando se le devuelve su propia identidad en un encuentro que retorna a nuestra vida, desde fuera, el rostro auténtico que tiene que tener! Esto es lo que logra la fidelidad de Dios con cada uno de nosotros.

La Biblia, en cuanto libro que narra la historia de las relaciones de Dios con un pueblo concreto –como signo de lo que quiere realizar con todos–, no es otra cosa que un largo y variado testimonio de esa fidelidad de Dios a los hombres, en medio y a pesar de sus infidelidades. Recordemos cómo esa historia de la fidelidad se abre con el Génesis, que es la expresión de la fidelidad constituyente, creando Dios al hombre y llamando a Abraham, y se cierra con el Apocalipsis, que es expresión de una fidelidad constituida en la nueva creación. Es decir, es la fidelidad de una Iglesia que en medio de las tribulaciones da testimonio de Dios e introduce a los que han permanecido fieles, en su propio misterio. Lo más hermoso de toda la Biblia es que todas sus páginas nos hablan y proclaman que Dios ha querido establecer un lazo de amor con los hombres. Él ha instaurado una alianza con quienes no le conocían y se ha dado a reconocer a los que ni siquiera le buscaban. ¡Qué maravilla es comprobar que de Él ha sido la iniciativa, que Él ha sido el primero en ofrecer fidelidades, amándonos primero! ¡Qué estremecimiento me dio, el día que comprendí existencialmente que Él suscita nuestras fidelidades y Él las conserva! ¡Qué milagro más extraordinario ser cristiano, que es lo mismo que ser fiel!

Hacen falta largos ratos, pasar mucho tiempo dejándonos amar por Dios, escuchando su Palabra, viviendo bajo su presencia, dialogando con Él. ¿No es eso algo de lo que nosotros llamamos oración? Los que aceptan ser guiados por Dios, los que consienten a su amor ofrecido, los que prefieren dejar inhabitar la propia soledad por su compañía, los que confesándose débiles se hacen fuertes con la fortaleza que viene de Él y más allá de las angustias de su corazón hacen un hueco para la alegría, los que marchan confiados hacia el futuro, esos son los fieles y los pobres, ya que viven un confiado abandono y una perseverancia nacida de una confianza sin límites en Dios, en el Dios que se nos ha revelado en Jesucristo. ¡Qué fuerza tiene el comprobar que quien ha conocido al Dios que nos ha revelado Jesucristo y ha tenido una profunda experiencia del Señor y con el Señor y se ha confiado a Él, ese necesariamente deviene en testigo! No es extraño que el Señor nos diga: “vosotros seréis mis testigos”.

Los cristianos no podemos caer en el error de confundir o rebajar la fidelidad. La fidelidad a la que el Señor nos llama no es la costumbre, pues esta surge automáticamente por la repetición de actos. La fidelidad a la que nos llama nace de un decidido querer ser desde Dios y un permanecer en Él. Por otra parte, tampoco tiene nada que ver la fidelidad con la terquedad o la obstinación que son desnaturalizaciones de algunos aspectos verdaderos de la fidelidad, como son la tenacidad, la perseverancia, la entereza o la resistencia, que constituyen virtudes por las cuales el ser humano se mantiene adherido al fin que pretende conseguir. La fidelidad y la sinceridad son distintas, aunque la fidelidad bien entendida es sincera, abierta, espontánea e innovadora. Gabriel Marcel sugirió hablar de la fidelidad creadora, decía así: “Lejos de degradarse en obstinación estéril, la más despreciable de sus criaturas, la fidelidad auténtica es libre, inventiva, creadora. Comunión viviente, implica una lucha activa y continua contra las fuerzas que tienden en nosotros hacia la dispersión interior y no menos hacia la esclerosis del acostumbramiento. No mantiene sino creando. Bajo su forma elemental se expresa como creación negativa, rechazando como tentaciones aquellas realidades o situaciones que contradirían nuestro compromiso. Positivamente es una obligación de inventar una conducta conforme a las promesas, de entablar unas relaciones y de configurar un yo adaptado al nuevo estatuto de vida” (G. Marcel, Tre et avoir. París 1935, 55-80).

Para cada uno de nosotros, como creyentes y discípulos de Jesucristo, la fidelidad es una presencia englobante de Dios, que nos ha seducido y nos permite una adhesión a Jesucristo y una apertura absoluta a Él. Es percibida como resultado de una comunión personal, nacida y mantenida al calor del amor. ¡Qué visión más novedosa es vernos distanciados de nosotros mismos, de nuestros proyectos o de nuestras posesiones y cuando de alguna manera hemos renunciado a vivir sólo desde nosotros mismos, tener la experiencia y percibir la llamada del Señor y devolver la respuesta! Eso sí que es vivir en fidelidad. La fidelidad existe y es posible y real en el siglo XXI. Comunión, amor, donación, precariedad y fragilidad son vivencias en las que se enraíza la fidelidad, resultado de una elección por parte de Dios y de una respuesta por parte de cada hombre y mujer.







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