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Portada:: Reflexión en libertad:: Diego Quiñones Estévez:: España bajo las partidocracias y los nacionalismos independentistas.

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España bajo las partidocracias y los nacionalismos independentistas.

Tue, 11 Sep 2012 06:55:00
 

Las instituciones históricas, constitucionales y democráticas, en España han sido imposibles e inviables porque los intereses ideológicos de las dos partidocracias y los nacionalismos radicales e independentistas, les han amputado las alas de la libertad.

El desarrollo y aceptación de las instituciones, que deberían haber sido participativas y representativas, tampoco ha contado con la colaboración de la sociedad española, porque ésta ha tenido respecto a ellas, como en otras muchas más cosas, una actitud pasiva, sumisa e indolente. Ella también es la culpable del fracaso de las instituciones.

La sociedad civil española, el pueblo español, no se ha preocupado por el ejercicio del poder representativo y participativo ante las autoridades políticas y las partitocracias.

Él de igual modo, es el responsable de no haber posibilitado una democracia constitucional sólida y equilibrada. Durante decenios y decenios, ha permitido que las partitocracias y los nacionalismos secesionistas, dentro de un sistema de autonomías autocráticas, destrocen las instituciones históricas y constitucionales.

Resulta penoso reconocerlo, pero los hechos históricos pasados y recientes lo confirman. El pueblo español, la sociedad española, se ha comportado como un pueblo incapaz de ejercer con responsabilidad la libertad, pues, ésta siempre conlleva sacrificios a la hora de poner en práctica los derechos y deberes basados en el bien común.

Dos partidocracias opuestas, el socialismo y un centro derecha sin identidad liberal, más los comodines de ambos, anticonstitucionales y antiespañoles, por independentistas, han descuartizado la Constitución Española de 1978 con interpretaciones y aplicaciones que no han tenido como objetivo primordial el desarrollo y la mejora de la misma.

Las dos partidocracias, han coincidido en el juego sucio y en el odio mutuo a sus formas ideológicas de hacer política, mientras que los nacionalismos radicales y secesionistas vacos-etarra y catalanista, han coincidido en el odio a la unidad y a la identidad histórica de España.

Las políticas gubernamentales de los gobiernos de las dos partitocracias, se han rendido a las falsas reivindicaciones historicistas, a los falsos derechos nacionalistas, obteniendo ventajas y privilegios con estatutos anticonstitucionales aberrantes que a la larga nos han traído lo que se vaticinaba: la quiebra institucional, política, social, territorial, económica, financiera, moral y cultural de quien más odian los nacionalismos independentistas: España.

Los diversos gobiernos de las dos partidocracias, no han querido ser gobiernos enfocados hacia una democracia constitucional, monárquica, representativa y participativa. No han sido para todos los españoles, árbitros del bien común. Ambas han renunciado y desterrado los principios de una moralidad constitucional con los cuales se hubieran desarrollado la Constitución Española de 1978. Ello hubiera permitido poner límites constitucionales a las ideologías en el poder.

A las partidocracias, más bien les ha movido el despotismo de los consensos y los pactos, sobre todo con los nacionalismos secesionistas e insolidarios. El resultado desde finales del siglo XX hasta ahora en el siglo XXI, es el que tenía que ser: un Estado desarticulado, porque se ha deconstruido la Constitución Española de 1978 de forma artificiosa y artera, según las artimañas políticas de las ideologías del socialismo y el centro derecha conservador sin identidad, que se han acomodado a las barbaridades anticonstitucionales de los nacionalismos radicales y secesionistas, una de ellas, la más grave e ignominiosa: dar entrada en las instituciones democráticas al terrorismo vasco-etarra y traicionar al Estado de Derecho al excarcelar a los terroristas con delitos de sangre.

España desde el siglo XV es la primera Nación y el primer Estado moderno, donde las diversidades históricas regionales se han mantenido unidas, hasta que a partir del siglo XIX y de modo determinante a partir del siglo XX, la unidad y la identidad histórica común, que no conquistaron sino siglos más tarde algunas de las más grandes de naciones de Europa y América, es dinamitada por las ideologías desintegradoras de nuestra Historia, primero el liberalismo radical, luego el comunismo y el socialismo. Ambos fueron los que dieron lugar a las monstruosidades de los cantonalismos y nacionalismos radicales, y a las suyas propias. España ha sufrido sus embistes con guerra civiles; crisis sociales, políticas, económicas, culturales y espirituales; dictaduras, caciquismo político, patronal y sindical; nepotismo, corrupción, latrocinios, anticlericalismos, desamortizaciones antisociales y despóticas…

Las dos partidocracias oligarcas que gobiernan a su antojo la cosa pública en España, deberían recapacitar sobre las responsabilidades que no han cumplido con los españoles desde el cambalache de la Transición Española hasta ahora. A ellas, les corresponde erradicar una política caótica sin sentido, a ellas les corresponde erradicar para siempre a los nacionalismos secesionistas, sin los cuales España sería una realidad histórica, más sólida y equilibrada. Las dos partitocracias, han de realizar lo que nunca han hecho, alta política de Estado en pos del bien común, y no baja política ideológica, de consensos y pactos corruptos, destructores de cualquier democracia constitucional. Para empezar, deberían erradicar un sistema electoral caciquil-partidocrático y reemplazarlo por un sistema electoral de democracia constitucional participativa y representativa, del que hay ejemplos históricos sobrados en Europa y América del Norte.

De paso, cuando cumplan esto último, le harían un gran favor a España, que fueran desapareciendo del ámbito político cómo fuerzas monopolizadoras del quehacer político, para dar paso a otros partidos e ideologías que nos hagan realidad la democracia parlamentaria representativa y participativa, pero con otra Constitución.







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