Siempre que ojeo (y hojeo) el diario, me gusta pararme en las cartas al director, donde mucha gente expresa su opinión sobre ésta o aquella conducta, sobre algo que le pasó, o simplemente quieren agradecer a los médicos, a los amigos o al sector que le ha ayudado y apoyado en los momento difíciles.
Por eso, yo también quisiera también desde estas líneas expresar mi agradecimiento a esas personas que consagran su vida a Dios, desde el sacerdocio o la vida religiosa. Ellos y ellas -sacerdotes diocesanos, hermanos carmelitas, jesuitas, hermanitas de los pobres, y un largo etcétera- demuestran la riqueza de su vocación en la continua disponibilidad hacia la persona que se le acerca.
Por desgracia, muchas veces ni le sabemos agradecer los servicios que nos prestan ni nos llegamos a preocupar por ellos mismos, su estado de ánimo, su salud... el hecho de que ellos también son humanos -y cuando nos acordamos de su humanidad, es para restregarles sus errores o sus fallos-.
No puedo detenerme en nombrar todos aquellos que han influido e influyen de forma positiva en mi vida, por eso desde esta carta quiero expresar mi afecto y mi más sincero agradecimiento a todos aquellos que dijeron sí a Dios y forman parte de Nuestra Iglesia, y que ahora están en la provincia de Málaga (y por qué no, a la Iglesia de todo el mundo).