Cualquier pensamiento pasado puede ser motivo de reflexión, independientemente de la alegría que supone recordar cada frase.
"La ciencia del triunfo es la calma", es la que oía de boca de mi padre que junto a mis hermanas nos decía con tanta frecuencia. No sé si la improvisaba o es una frase que a él en algún momento le sirvió de ayuda y por eso nos la trasmitía. O la asociaba a circunstancias fuera de lo común que resaltaran por su heroicidad, o por acontecimientos únicos de la vida, o por momentos transcenderte de la historia política, social y mundial. Eran aquellas historias contadas y nacidas de esa calma, al juzgar, al actuar, y comprender a los demás. En su enseñanza cónstate nos hacia valorar que la ciencia del triunfo es la calma, y ese triunfo es el que el hombre recibe a través de su calma, de su actitud noble, de su ser y su valía, con dominio de sus pasiones, rebeldías y sin razones, centrándose en la sabiduría de quienes son digno de admiración y respeto, buscando esa misma admiración también en lo sencillo y en la vida corriente de cualquier persona con la que convivas en la familia, en el trabajo, también en tus aficiones, inquietudes personales, creencias religiosas, preferencias políticas, y en ese ramillete de cosas que puedan ser afines o contrarias a lo que sería unidad de vida y conformidad.
La calma es manifestación de la limpieza de espíritu, es manifestación de quien pisa firme en su vida y hace de ella metas y objetivos; desechando banalidades y aprovechando cada oportunidad para no perder el tiempo y hacer que la vida sea fructífera.
Es esa calma y el silencio en el que vivo la que me hace llegar a nuevas consideraciones en una tarde serena, calurosa y luminosa de este mes de julio.
Bajo la sombra de unos pinos con raíces de 40 años bien profundas ancladas en la tierra, empieza a atardecer. Se van recogiendo los polluelos. Se deja oír el susurro de la madre que los llama. Se inicia el revuelo hacia sus nidos y el sonido de una gran profundidad haciéndose agradable a los oídos, por la altura de los pinos. Van llegando pajarillos, tórtolas y alguna paloma que sobre mi cabeza siento tras su regreso, y el piar de cada una de ellas. Parecen felices de su reencuentro y tras ello se va poco a poco silenciando ese murmullo.
Escena que cada año se repite. Empieza a caer la tarde y el frescor de la noche se va adueñando del ambiente. Al revés que esos pajarillos, el hombre quiere disfrutar de la noche, del cielo estrellado, de la luna creciente, sintiendo la necesidad de hacer balance del día, surgiendo en su mente cuánto ha acontecido y ha vivido a lo largo de la jornada.
Y en ese balance surgen las alegrías, el acontecimiento esperado y confirmado del nacimiento de ese niño entrañable que unirá aún más a la familia, el sobresaliente merecido del estudiante, el continuo jugar al fútbol de los pequeños, los primeros tacones de la ya mujercita, el trabajo premiado de las letradas, las sonrisas de las preciosidades, la altura que han cogido los que hasta nada eran niños, la preparación de la fiesta de cumpleaños, los gritos alborotados de la loca-piloca, la seriedad de las otras adolescentes, el que va de campamento y ya sueña con el año que viene, mi constante cariño a mi "secretaria " dispuesta siempre a ayudar, a mi primogénito incansable trabajador, y a la benjamina que me llena de alegría, y así noticias tras noticias cierro el balance con un gracias a Dios y esperar al mañana.
Amanece el nuevo día y ya los árboles empiezan a sentir el peso de los pajaritos. Es el triunfo de Dios que nos regala un nuevo día.
No hay razón más poderosa que la sabiduría que el hombre adquiere cuando sabe que es hijo de Dios, cuando sabe cuál es su camino y procura no desviarse de él buscando razones para no perderlo. La calma que acompaña a quienes sacan ese provecho de la vida les lleva a recompensas y premios obteniendo las fuerza necesarias para que nada les haga entrar en las contrariedades, incomprensiones, y dudas que a veces plantean otras opiniones que están faltas de interioridad personal. Qué malo es dejarse llevar por el arroyuelo, sabiendo que al final termina en el mar.
La calma es también la estimulación de la paciencia, de la reflexión, de recuerdos constantes, de acontecimientos vividos, de actualizar el presente y saborearlo en su justo momento, de despertar de letargos preconizados, de rebeldías alimentadas más que por la razón, por la sinrazón.
Cuántas veces nuestras propias debilidades nos arrastran a situaciones ya difíciles de reconstruir, pero nunca será tarde si al final podemos comprobar que sí, que ha valido la pena, y sobre todo, el hombre no debe olvidar que Dios siempre le espera.