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Custodiar y servir

Mon, 25 Mar 2013 06:58:00
 

En el inicio oficial de su tarea (13-III-2013), tomando pie de la vida de San José, el papa Francisco ha explicado cómo entiende su ministerio, en el contexto de algo que corresponde a todos: “custodiar” y “servir”. El ministerio del papa se sitúa al servicio de la vida cristiana. La vida cristiana está al servicio de todos y del mundo creado. Y toda persona encuentra también ahí –en el cuidado y en el servicio– el sentido de su vida: custodiar los dones de Dios, cosa que sólo puede hacerse con amor.

La misión de San José y la nuestra

La misión de San José (cf. Mt 1, 24) le ha servido de arranque, después de referirse a la onomástica de Benedicto XVI: "Le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud". San José fue custodio: “Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II: ‘Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo’ (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).

Continúa el papa Francisco preguntándose: “¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio. (…) Sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. (…) Responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud”.

(Aquí se puede ver cómo San José pone en práctica un verdadero discernimiento de la voluntad de Dios, en el sentido que el Concilio Vaticano II habla de los "signos de los tiempos". Es decir, los signos de la actuación del Espíritu Santo que se perciben cuando se miran con fe y con realismo los acontecimientos, como punto de partida para poder valorar la situación de que se trate, y tomar la decisión de actuar en consecuencia, tanto desde el punto de vista personal como de la Iglesia, cf. Gaudium et spes, 4, 11 y 44).

El papa observa que, al mismo tiempo, en San José “vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo". Y por eso nos invita: "Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, salvaguardar la creación.

(Y todo ello es una escuela para los cristianos, especialmente para los educadores y formadores).

Custodiar, tarea de todos, empezando por uno mismo

Pero custodiar –advierte el papa Francisco– es vocación de todos: todos debemos custodiar la belleza de las realidades creadas (aquí, la evocación a San Francisco de Asís), cuidar a las personas que nos rodean, “especialmente a los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón”. Todos hemos de cuidar a los familiares, a los cónyuges, a los padres y a los hijos, a las amistades. “Sed custodios de los dones de Dios”, nos aconseja; porque en efecto, todo es don. Si fallamos en esto –dice– avanza la destrucción y el corazón se seca.

Si custodiar es responsabilidad de todos, y así lo comprenden y practican las personas de buena voluntad, lo es particularmente de “los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social”. Hay que cuidar la naturaleza creada por Dios, el medio ambiente. Pero hay que comenzar por nosotros mismos: “Para ‘custodiar”, también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura”; no es virtud de débiles sino de fuertes, como San José.

En efecto. De ahí la importancia de examinar la propia conciencia junto con una buena formación. Y si un sentimentalismo no integrado con la reflexión y la formación cristiana puede producir estragos, también los produciría una educación racionalista o voluntarista que no integrase los sentimientos y sus adecuadas, y necesarias, manifestaciones. Así lo expone Dietrich von Hildebrand, en su obra “El corazón: un análisis de la afectividad humana y divina” (Madrid 2009).

El sentido del ministerio del papa

A continuación, el papa ha explicado en qué consiste el poder que comporta el ministerio petrino:

“Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio –así se titula uno de sus libros–, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz”. Así es el poder del amor. También lo aprendemos de San José.

Y así debe ser ejercido el ministerio del papa: “Debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Y concluye con otra lección: “Sólo el que sirve con amor sabe custodiar”.

Llevar el calor de la esperanza

En la última parte ha apelado a la esperanza, en la que Abraham se apoyó (cf. Rm 4, 18). “También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor, es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza. Y, para el creyente, para nosotros los cristianos, como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios”. Este es su modo de explicar aquél título del papa que viene al menos de San Gregorio Magno: “Siervo de los siervos de Dios”.







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