CAMINEO.INFO.-
Están cercanos los días en que se celebrará la Semana Santa
en Málaga. Veremos las diversas imágenes de Cristo que representan su Pasión y
Resurrección, y muchas imágenes de su Madre, la Virgen María. Yo no voy a hablar del arte y la belleza de
las procesiones, ni de la cultura y la piedad popular, ni de la llegada de
turistas, que supondrán una inyección económica en las maltrechas economías
familiares de tantas personas. Todo esto es verdad y me alegro de que así sea.
Yo intentaré ir al fondo de la cuestión y tratar de contemplar la vida de Jesús
a través de las personas que vivieron aquellos acontecimientos históricos. Como dice Francisco Fernández-Carvajal en su
libro “Como quieras Tú”: “…ver a Jesús a través de María, su Madre, de Simón de
Cirene, del buen ladrón, del centurión, de Judas, de Pedro, de José de
Arimatea, de Nicodemo, de María
Magdalena, de los discípulos de Emaús, del apóstol Juan… Estas consideraciones
ayudan a una oración íntima con el Señor y facilitan extraer diversas conclusiones
prácticas para la vida corriente.”
Continúa Fernández-Carvajal: “Buscaré, Señor, tu rostro…”
(Salmo 26,8). La contemplación de la
Humanidad Santísima del Señor es inagotable fuente de amor y de fortaleza en
medio de las dificultades de la vida… De Jesús hemos de aprender también a
dialogar con todos y, cuando esto no sea posible, callaremos, para no faltar a
la caridad…, y aprenderemos también a esperar.”
Como expone, en su más reciente libro: “El misterio de Jesús de
Nazaret”, es el Amigo único que acompaña a cada persona que llega a este mundo.
Es Dios encarnado, misterioso y cercano a la vez. Cuenta la anécdota de una revista americana
que realizaba, hace años, una encuesta en la que una de sus preguntas era: ¿Qué
persona ha influido más en su vida? Un conocido político decía de modo
contundente: “Jesús de Nazaret, Él cambió mi corazón.” Tendría que añadir ahora
que, para llegar a eso, hay que querer de verdad. Esto es lo más opuesto a
mirar una imagen de Cristo lejanamente, viendo sólo el arte del escultor. Ha
dicho el Papa Francisco: “Él nos ha buscado antes, nos ha enardecido el corazón
para proclamar la Buena Noticia en las grandes ciudades y en las pequeñas
poblaciones, en el campo y en todos los lugares de este mundo nuestro.” Y
también dice:” La Cuaresma es un desafío a la rutina para emprender un camino
de conversión.” Viene muy bien
considerar estas palabras de Benedicto XVl en junio de 2006: “En la medida en
que nos alimentamos de Cristo y estamos enamorados de Él, sentimos también
dentro de nosotros el estímulo de llevarle a los demás a Él, pues no podemos
guardar para nosotros la alegría de la fe; debemos transmitirla.”
Al contemplar el mundo de hoy, en el que Dios parece ausente
para muchas personas, vemos que este mundo está dominado por miedos, por
incertidumbre, por la inseguridad, por el desconcierto. Y, sin embargo, si
abriéramos nuestros ojos y nuestro corazón, podríamos descubrir que existe una
gran noticia que aparece ante cada generación: el amor de Dios se ha encarnado,
es Jesucristo. Podríamos repetir con el filósofo francés André Frossard: “Dios
existe, yo me lo encontré”. Jesús lo
prometió: “Yo estaré con vosotros siempre”, o sea, en cualquier circunstancia,
en todo momento, cuando somos “buenos” y cuando no lo somos tanto. Todos los
días y en cualquier edad. Pero, naturalmente, hay que querer. Dios respeta
exquisitamente la libertad con la que fuimos dotados y sabe esperar como sólo
Él puede: con una paciencia que es infinita, como su amor. Como dice
Fernández-Carvajal: “Dios existe y yo puedo hablar con Él, como un amigo habla
con su amigo, a cualquier hora de la noche o de la mañana, en cualquier
circunstancia. Nos recibe sin hacernos esperar. Cada día es una sorpresa; cada
día puede ser un encuentro con Él”
Como otros muchos, a lo largo de la Historia, en el
Evangelio contemplamos cómo Andrés y Juan encuentran a Jesús porque le buscan,
es decir, son buscadores de la Verdad.
También, ahora, en este momento, hay muchas personas en búsqueda
sincera, queriendo encontrar, no entreteniéndose en “filosofar”, en elucubrar,
como otras que realmente no buscan sino que “chacharean”. En Andrés y Juan se
daba el deseo de conocer a Jesús pero no les movía la curiosidad, se daba en
ellos una fuerza superior y más profunda. Se dejaron llevar por la sed de Dios
que existe en todo ser humano, hasta en aquellas personas que se “ocupan” de
negarle repetidamente (en esta repetida negación se percibe su desvalimiento y
la necesidad perentoria de llenar su vacío). Lo que sí es claro es que se requiere
una actitud humilde y receptiva. Hablar de humildad en nuestra época parece una
locura ¿verdad? Pero es la base para establecer una sólida relación con Dios e,
igualmente, con los demás, con nuestros próximos o prójimos.
Ese gran buscador que fue San Agustín dice:”…incluso en la
eternidad proseguirá nuestra búsqueda; será una aventura eterna descubrir
nuevas grandezas, nuevas bellezas… la belleza de la eternidad consiste en que
no es una realidad estática sino un progreso inmenso en la inmensa belleza de
Dios.” Jesús de Nazaret, Dios y Hombre
verdadero, nos abraza, nos guía, si le dejamos, y da un sentido pleno a nuestra
vida.