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Mons. Braulio Rodríguez Plaza,




Nuestra esperanza

Thu, 18 Jun 2015 06:23:00
 
Mons. Braulio Rodríguez Plaza, Arzobispo de Toledo, Primado de España
Mons. Braulio Rodríguez Plaza,

Estamos al final del curso pastoral, en el que hemos trabajado con esfuerzo para vivir la misión que el Señor dejó a su Iglesia. Nuestro acento pastoral en este curso ha girado en torno a la parroquia “familia de familias” con muchas posibilidades para que nuestro pueblo haya vivido su ser cristiano, que no se realiza sino en esa familia, pueblo y cuerpo de Cristo que es Iglesia. Esta semana que sigue al próximo domingo, 14 de junio, el Papa Francisco no depara una grata sorpresa: la carta encíclica, de la que tendremos tiempo de ver su contenido y alcance.

Hay en nuestra fe cristiana un aspecto sumamente importante y sensible: cuidar nuestra esperanza, que, de la mano de la fe y la caridad, como si de tres hermanas se tratara que caminan juntas, orientan nuestro mismo caminar para indicarnos la meta de nuestra vida. El cristianismo no promete tan sólo la salvación del alma, en un más allá cualquiera donde todos los valores y las cosas preciosas de este mundo desaparecerán como si se tratara de una escena que se hubiera construido en otros tiempo y que desaparece desde aquel momento.

Constato en ocasiones que tenemos un concepto de alma, de vida religiosa que, a mi modo de ver, dista bastante de lo que se nos ha entregado en la Revelación de Dios, que ha llegado a nosotros en la Tradición/Sagrada Escritura. Como si hubiera en el ser humano cosas desdeñables. No. Dios conoce y ama a este hombre total, varón y mujer que somos actualmente. En una de sus muchos escritos del Cardenal Joseph Ratzinger (Cooperadores de la verdad, 1991), el actual Papa emérito afirmaba: “Es, pues, inmortal lo que crece y se desarrolla en nuestra vida ya desde ahora. Es en nuestro cuerpo donde sufrimos y amamos, donde esperamos, donde experimentamos el gozo y la tristeza, donde progresamos a lo largo del tiempo. Todo lo que se desarrolla así en nuestra vida de ahora es imperecedero”.

Es sin duda cierto que hay diferencia entre lo que llamamos vida eterna futura y ese caminar mientras nos encaminamos a la victoria que nos consiguió Jesucristo; pero hay un nexo muy fuerte entre la vida en Cristo que comenzamos aquí y su plenitud en la vida eterna. Por ello es imperecedero lo que hemos llegado a ser en nuestro cuerpo, lo que ha crecido y madurado en el corazón de nuestra, unido a las cosas de este mundo. Es el “hombre total” tal cual está situado en este mundo, tal cual ha vivido y sufrido, el que un día será llevado a la eternidad.

Esto es lo que debe llenarnos de un gozo profundo. Por ello, quien no se abre a Dios y a Jesucristo podrá esperar cosas mejores para el futuro, pero carecerá de esperanza, pues su deseo está fundado en cosas muy frágiles. Alguien decía que el que no cree, cada mañana ha de inventar o colocar las calles por donde pasar. No tiene seguridad que posee quien cree en el Dios de Abraham, del Dios de Isaac, el Dios de Jacob, el Padre que nos ha mostrado Cristo, pues Dios no un Dios de muertos sino de vivos.
El cristianismo es un perpetuo amanecer, un comienzo siempre nuevo. Semejante actualidad no puede significar someter la fe a nuestros gustos. Todo lo contrario: su verdadero sentido consiste en aprender a aproximar el respectivo presente al criterio del cristiano, a ensancharlo hasta incluirlo en él.







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