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SANTA Y FELIZ NAVIDAD

Mon, 29 Dec 2014 13:01:00
 
Antonio, Card. Cañizares -Arzobispo de Valencia-

CAMINEO.INFO -Valencia/ESPAÑA- Es Navidad: Deseo a todos paz y alegría de corazón, en tiempos que no faltan motivos para la tristeza y la desesperanza, o en días, como los navideños, en los que todo parece ya de por sí alegría. Paz en tiempos en que ésta se encuentra amenazada por la violencia, por el terrorismo, por tantas y tantas cosas contrarias a ella; y en los que la alegría verdadera es sustituida por sucedáneos. La paz y la alegría nacen de la cercanía de Dios que, haciéndose niño y compartiendo nuestra condición humana, hace nuevas todas las cosas. En el silencio de la noche del nacimiento de Jesús el creyente percibe la ternura del Dios cercano y lleno de promesas. En el Niño acogido con inmenso cariño por la madre, María, ve el creyente a Dios empezar a llenarlo todo con su gloria, e inundarlo de bien y de alegría. Es la condescendencia extrema de Dios con el hombre perdido y desgraciado, es el amor de Dios que está en el origen de esta extraña condescendencia divina. Nadie puede abarcar la grandeza de Dios. Y, a pesar de su grandeza, Dios se ha apasionado por el hombre, una criatura tan fugaz, tan injusta y desgraciada, y, a veces tan mezquina.

Aunque parezca extraño y le repugne a la sabiduría de este mundo, Dios, no por necesidad ni por un impulso ciego sino por amor, se ha apasionado por el hombre, por su historia y su destino, y ha querido compartirlos. El amor apasionado de Dios por el hombre culminó en su Hijo, Jesús. Gracias a su encarnación y nacimiento de María Virgen, tanto entró Dios en la vida de los hombres, que todos los labios -también los de la pecadora- pudieron besar sus pies. Aquí tenemos la fuente de la alegría y de la paz verdaderas: en el nacimiento del Niño Jesús en Belén. En este Niño advertimos una bondad que no es de acá, que viene de otro lado, que nos devuelve al Hogar custodiado por la inocencia y la ternura. La verdad y la sustancia de esta fiesta y de la paz y la alegría verdaderas es que Dios ha nacido de veras, se ha hecho uno de nosotros para compartir nuestra pobreza y muerte, a fin de vencerlas. Conocemos bien la generosidad de nuestro Señor Jesús, quien, siendo rico, se hizo pobre como uno de nosotros, a fin que nos enriqueciéramos con su pobreza. Jesús, el Hijo de Dios, no se contentó con buenos sentimientos humanitarios. Siendo quien era, arrostró libremente nuestro destino, para vencerlo. Jesús, el Hijo de Dios, se hizo como uno de nosotros, para que nosotros llegásemos a ser con El hijos del Padre y hermanos los uno de los otros.

No bastan los sentimientos e ideales humanitarios para colmar el abismo, que se va haciendo cada vez más profundo, largo y ancho, entre los que abundan en todo y los que carecen de todo, entre los triunfadores y los despojados de su dignidad humana. Sólo Dios puede colmarlo y, por su gracia, los que crean de veras en El, tal y como ha salido a nuestro encuentro en su Hijo Jesucristo. El, Hijo de Dios, nació pobremente y en la oscuridad de la noche, envuelto en el asombro, la adoración y amor de su madre y de los pastores marginados. Así se hizo Dios hogar para todo hombre y mujer. Ahí podemos reencontrarnos, y estar siempre arraigada y crecer la confianza, sin la que no es posible la vida y la alegría.

Esta alegría verdadera, regalo de Dios, es la que deseo para todos, particularmente en este tiempo de Navidad, en el que el consumismo trata de arrebatarnos la verdadera alegría. A esta fiesta, como costumbre social, se la ha engullido el consumo y la ostentación. No puede haber mayor contraste entre la forma como se pasan estos días y la forma como debiera celebrarse el misterio del nacimiento del Salvador. El Señor viene, el Señor vendrá; hay motivos para la alegría y para encender en la noche la esperanza, ofreciendo a quienes carecen de ella señales de que el Señor viene a salvarnos. En el misterio grande de amor que celebramos estos días, el creyente siente la cercanía de Dios en Jesús. Celebramos que Dios mismo, en persona, nació en un niño. Celebramos la cercanía de Dios en la noche, en el desamparo y en la pobreza, y la fundación de un nuevo hogar, el de Dios, donde reunirnos todos. En un niño, Dios empieza a estar con nosotros para siempre: nada ni nadie podrá separarlo de nosotros. No cabe mayor cercanía de Dios. Nada hace tan presente lo largo, lo ancho y lo profundo del misterio de Dios como este niño callado y desvalido. El niño no provoca miedo; provoca amor y ternura. En él Dios mismo nos muestra su voluntad de paz.

Año tras año se viene repitiendo que Dios mismo nació en el mayor desamparo, y que lo acogieron, los primeros, unos pastores pobres. Esto da mucho que pensar. A fuerza de repetirlo, a muchos apenas les dice nada. Pero los hechos son los hechos, Dios mismo nació en Jesús pobre. Este es un hecho que lleva inquietando a la conciencia cristiana veinte siglos. Y lo cierto es que no habrá paz ni se remediará la miseria de tantas gentes mientras no seamos libres frente a lo que tenemos y lo pongamos al servicio de todos. Así, detrás del ajetreo de las fiestas de estos días, se encuentra la verdad silenciosa de que Dios se ha acercado de una vez para siempre al hombre y se ha comprometido irrevocablemente con él. Entró Dios con todo silencio en nuestro abandono y ahí nos aceptó y ahí nos aguarda incansable su amor escondido. Dios no quiere ser Dios sin el hombre, sin participar en su desamparo. En la Navidad, Dios se ha unido de un modo u otro con todos y cada uno de los hombres, se den o no se den cuenta de ello, lo acepten o no lo acepten. Dios se lo juega todo, por decirlo así, en y por el hombre.

Estas fiestas nos invitan a darnos cuenta de que los espacios inmensos en que erramos perdidos, no están vacíos y helados, sino colmados del amor de Dios que nos aguarda incansable. En Navidad podemos abrirnos, sin reservas ni sospechas, a la acogida irrevocablemente decidida del amor de Dios por los hombres. Dios ha querido tener un destino en los hombres y con los hombres. No ha querido ser Dios sin los hombres. Ahí está nuestra paz. ¡Santa y feliz Navidad!

+Antonio Cañizares Llovera
Arzobispo de Valencia







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