Las lecturas que se proclaman este domingo tienen una fuerza inmensa, una contundencia imposible de no atender. En la lectura del Éxodo hay un canto a la grandeza de Dios, que está tan cercano a su pueblo que siempre sale a su encuentro para liberarle de todas las ataduras, la que se presenta aquí es la liberación de la esclavitud de Egipto. Por todas las experiencias de liberación y alianza, Dios se convierte en el Señor, en el único Dios para Israel y así lo acepta el pueblo: “los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón,… son verdaderos y enteramente justos” (Sal 18).
Pero al hombre moderno, que se ha visto esclavo de tantas cosas, enredado en tantas cadenas y liberado de ellas tantísimas veces… le cuesta recorrer el camino que le lleva a contemplar el rostro misericordioso de Dios, no termina de salir de sus “negocios”, embebido en sus rutinas e intereses, es que no encuentra tiempo ni oportunidad para escuchar las palabras de Dios, todo es ruido y caos a su alrededor.
Dios nos pide silencio y decisión para limpiar nuestro interior de ruidos, negocios, intereses y cadenas; quiere el Señor que desaparezcan los deseos vanos e inútiles, que dejemos de perseguir las intenciones imperfectas y mundanas, las distracciones y pensamientos que te impiden poder escuchar la voz de Dios. La imagen de Jesús en el templo es muy gráfica, hay que facilitar a los que están alejados, los que andan por el atrio de los gentiles, que puedan tener la oportunidad de escuchar la voz de Dios.