Sesenta años de servicio a la parroquia son muchos años. Florentino Márquez es el sacristán de esta iglesia que pasa inadvertida, de esta iglesia
en los bajos de una calle entre calles, un puzzle de historia reciente
de aluvión humano, de migraciones del campo a la ciudad, de años
cincuenta y sesenta. Floretino, que se las sabe todas, tiene un mensaje:
menos chismorreos, unión y hermandad en la Iglesia y en el barrio, y
hay que dejar hablar al corazón. Creo que Florentino, don Florentino, se
entendería muy bien con el Papa Francisco.
Lo primero que hizo el párroco de esta comunidad, cuyo templo está en la calle Santa Áurea, 7,
vía baja del Alto de Extremadura, laberinto de acumulaciones urbanas;
lo primero que hizo el párroco, Pedro de la Saz Carrasco, uno de esos
párrocos del Madrid de toda la vida que se fraguó en Vallecas
y que ahora también es profesor de las Concepcionistas de calle
Princesa; lo primero que hizo —repito— fue llevarnos al local de Cáritas, donde, en ese momento, se estaba repartiendo comida a los más necesitados.
El
local de Cáritas, el local de la parroquia, está en un bajo más abajo
que el templo. Allí estaban Jacinto, que viene cada semana desde su
pueblo de Ávila a servir a la caridad. Allí estaba acompañado por dos
jóvenes, Mesala y César, que se saben hasta el número
de cajas de leche que hay en el almacén. El bajo más abajo que el
templo, comunidad de caridad y esperanza, es multiusos. La sala de
reuniones sirve lo mismo para los grupos del Plan Diocesano que para el
Centro de Educación del Menor (CEM), iniciativa de la parroquia con Cáritas Vicaría, en la que se imparte clases de apoyo a los niños del barrio, y de algo más que apoyo, de vida. A lo largo del año se reparten 20.000 kilos de comida,
con una media de 25 familias a la semana que se acercan para recoger lo
necesario. Los alimentos proceden de la Cruz Roja y de colectas
especiales de la parroquia. Una parroquia con una feligresía que da
incluso lo que no tiene.
Pero
sigamos en los bajos de los bajos de la parroquia. En nuestra tourné,
que también es de Dios, nos encontramos con una especie de teatrillo que
se convierte en sala de gimnasia y baile, dentro de las actividades del
aula cultural. Y una cocina fabricada de las aportaciones de varias
cocinas, en la que se hace durante el curso un taller de cocina. Nos
topamos con la sala del Catecumenio, en la que celebran su fe y comparten sus vida los miembros de las dos Comunidades Neocatecumenales de
la parroquia. Hicimos un alto en el camino para hablar del servicio que
estas comunidades prestan a la parroquia, en un ejemplar modelo de
integración.
El pensamiento de Justino
El párroco está acompañado por el sacerdote de Costa de Marfil, Anselme Sery, que estudia patrística en San Dámaso,
y que se encarga de impartir las sesiones de formación de adultos, que
este año se han dedicado a los padres de la Iglesia. Ya me gustaría
asistir a una de esas sesiones para ver cómo suena el pensamiento de
Justino, Orígenes y Tertuliano en el Alto de Extremadura. Una delicia.
En el territorio de la parroquia está la comunidad de las Franciscanas
del Espíritu Santo de Montpellier.
Como dice la sencilla página
web, «Santa Justa y Santa Rufina fue fundada en 1965 gracias a la
donación de Doña Carmen Turó, devota de las Santas Sevillanas. Unos años
después la parroquia va creciendo hasta adquirir los salones
parroquiales de la calle Alcazar de San Juan, bajo el templo». Por
cierto que en la web aparece el nombre de un sacerdote que estuvo desde
el año 2003 ejerciendo como vicario parroquial y, sin lugar a dudas, fue
un grande entre los sacerdotes historiadores y hombres de cultura,
conocedor como pocos de la historia de la Corona de Aragón, del arte
sacro y de la música, don Francisco de Moxó y de Montoliú.
Eso es la Iglesia, en un humilde barrio de Madrid, en una humilde y
fecunda parroquia, humanidad y humanización, que es lo que hace la
Iglesia.
https://www.abc.es/espana/madrid/abci-parroquia-santa-justa-y-santa-rufina-lugar-humanizacion-barrio-201807210215_noticia.html